El ser humano es capaz de lo mejor, de las cotas más sublimes de solidaridad y entrega, de la belleza artística más absoluta, de la ternura más desinteresada, del ingenio más deslumbrante. Y por el camino, mi fe en la humanidad es tendente a cero. Porque el ser humano es, también, capaz de la maldad más inhumana y de una estupidez omnímoda. Solo por ese nivel de imbecilidad se explica no ya que triunfen, sino meramente que nazcan chorradas siderales como eso del reto viral que ha hecho fortuna, cuentan, este verano: a saber, cagarse en una piscina. Pero en este fenómeno, el de los retos virales, hay un componente clave y es el de las redes sociales. Antes de ellas, una podía hacer la estupidez mayor del reino y aspiraba, si la cosa cuadraba, a los 15 minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol. El concepto de viralidad es consustancial a las redes sociales y en ese hipercompetitivo mercado en el que vales lo que tu marcador de likes y en el que casi todo está inventado caer en simas más profundas de tontuna es fácil, cueste lo que cueste, porque el resto del mundo te la trae al pairo salvo para que sume visualizaciones. Así va el mundo, nos ciscamos en los seres humanos de carne y hueso para ganarnos un mundo virtual.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
