Estos días de incendios, de las muchísimas imágenes que hemos visto, me he quedado con dos. La primera, la de un hombre de pelo cano bajo una visera caqui, camisa de cuadros de manga corta. A sus pies, helechos verdes. Tras él, detrás de vegetación algo más alta, amenazan danzantes el humo negro y las llamas de un vivo naranja. El hombre mira hacia el fuego, el humo se ha empezado a colar ya por la vegetación cercana a él, avisando de que el fuego ya está ahí. El hombre no mira a sus pies, mira a las llamas. Sostiene una pala entre sus manos, en alto. Las manos se ven fuertes, con los músculos tensos. La fotografía fue tomada en uno de los incendios de Ourense. Es la imagen de la impotencia y de la dignidad. La otra fotografía en la que me he fijado fue tomada en Zamora, en un polideportivo habilitado como refugio. Dos mujeres conversan con gesto inquieto sentadas y, entre ellas, un hombre mira a la cámara. Los tres tienen ya una edad avanzada. Están rodeados de camas portátiles y colchones en el suelo. Una de las mujeres viste de negro: destaca aún más su pelo corto de un blanco níveo. El hombre viste camisa de cuadros y lleva chaqueta gruesa; en su mano izquierda sostiene una cachava. Y mira. No hay miedo en sus ojos, pero sí diría que hay preocupación y pena. Ellos son también la imagen de la dignidad.
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