Me da a mí, que la gente ya no tiene la cabeza para otras historias que no sean fiestas, vacaciones o la previsión de ambas. A estas alturas del año, haga una solana de escándalo por aquello del cambio climático o reine el otrora típico verano gasteiztarra, con un poco de las cuatro estaciones meteorológicas cada día, la realidad cotidiana es, si cabe, menos digerible de lo que suele ser habitual. Los arduos debates políticos en los foros parlamentarios, los escándalos ligados a las corruptelas descubiertas por las investigaciones policiales y judiciales, las divergencias en las interpretaciones del marco jurídico vigente o las grandes operaciones de cariz empresarial pasan a un segundo plano. Gracias a Dios, a la providencia y, sobre todo, al calendario, de aquí en adelante, al menos, durante unas cuantas semanas, importará más el precio de la caña en el chiringuito playero, la forma de hacer la paella, o las discusiones sobre qué digestivo liga mejor con tres platos repletos de costillas sacadas de la barbacoa familiar. El hartazgo ante un año entero repleto de trascendencia, de acontecimientos históricos y de hitos inabordables por la psique humana, a menos que se haga una paradilla para intentar asimilarlos, hace mella, incluso, en el más aguerrido de los estoicos.
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