Diría que la mejor reflexión a cuenta de la fiesta de cumpleaños de Lamine Yamal se la he escuchado a Andreu Buenafuente: “Una cosita, Lamine, si me estás viendo, o alguien de tu entorno: tienes 18 años, se trataría de que los jóvenes hicieseis un mundo mejor, no quedarte con lo peor del actual”, concluyó en su programa Futuro imperfecto. Estoy de acuerdo, lo deprimente del asunto es que los milenios pasan por el planeta pero no por los seres humanos que, con contumacia, tropezamos en nuestras miserias. Miserable, por cierto, es esa expresión de “chicas de imagen”. Toma ya manipulación del lenguaje: seres humanos como si fueran floreros. Siglo XXI, las mismas miserias que en las centurias precedentes. No es una justificación, es una constatación. Al margen de este y otros debates no menores, no puedo evitar preguntarme cómo será eso de sentir sobre tus hombros el peso de la gloria y más cuando apenas eres un adolescente. La gloria puede ser ganar la Eurocopa o la Liga de fútbol, que en nuestro mundo significa veneración, lujo... Pero la gloria es también un exigente pago porque una parte de ti deja de ser tuya para ser de otros. O quizá ni siquiera eres consciente de eso, o te importa medio comino. Cosas de la responsabilidad o de su ausencia.