Vivimos en un mundo tan acojonante y en tal espiral de autodestrucción que hasta una pizza a domicilio es motivo de preocupación. Se atribuye a Winston Churchill –no me explico cómo le dio tiempo a acuñar tantas frases para la historia mientras dirigía un país en guerra– aquello de que la democracia es un sistema político en el que si llaman a tu puerta de madrugada sabes que es el lechero. Pues resulta que en Estados Unidos empieza a cundir la preocupación por los sospechosos casos de envío de pizzas no solicitadas a domicilios de jueces federales, varias de ellas a nombre del hijo de una jueza que fue asesinado a tiros en la puerta de su casa por un falso repartidor. Según ha afirmado un integrante del Comité Judicial del Senado estadounidense, el demócrata Dick Durbin, entre los afectados por estos envíos hay algunos jueces relacionados con casos en los que está involucrada la Administración Trump. Y así es como una inocente pizza margarita acaba convertida en siniestro aviso digno del crimen organizado. No sé si hubo un tiempo en que la vida y la democracia eran tan plácidas como describe la anécdota del lechero de Churchill, lo dudo, pero este es el mundo que se nos está quedando, la amenaza a domicilio con doble de queso... y sin piña, por favor.