A estas alturas de la vida, creo que ya puedo certificar que no sé ni hacer la o con un canuto. Por eso me maravilla que en mi gremio y en los alrededores haya un volumen de expertos en cualquier materia y que, encima, sean capaces de sentar cátedra en todas ellas. Es maravilloso. Últimamente, lo he podido comprobar con la renovación de la cabeza visible de la Iglesia católica. En distintos espacios televisivos y radiofónicos, y en redes sociales, han aparecido auténticos catedráticos que han explicado todos los pormenores del proceso que concluyó con la elección de León XIV para ocupar el trono de Pedro. Son los mismos, con los mismos nombres y apellidos, que hace unas semanas explicaban lo que iba a ocurrir con la guerra arancelaria desatada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y los que, más atrás aún en el calendario, daban lecciones sobre cómo afectaba el coronavirus al sistema inmunológico humano y por qué lo que se estaba haciendo desde las instituciones para atajar la enfermedad, estaba mal hecho. Tienen una capacidad inabarcable para conocer todo, dar razones de todo y tener fuentes directas en los despachos con mayor trascendencia del planeta. Al final, va a ser cierto que los que valen, valen, y los que no...