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Mesa de Redacción

César Martín

Toxicidad

A veces, hablo con mi ordenador. Y sí, casi nunca es para decir cosas bonitas de él y de sus capacidades. No obstante, a los pocos segundos de hacerlo, soy pasto de los remordimientos. Ya sé que esto que narro es propio de gente que adolece del tiempo de cocción necesario para poder defenderse por sí misma. En mi defensa, he de decir que hay días en los que estoy más horas en compañía de la dichosa computadora que junto a mis congéneres.

Así que uno coge ciertas confianzas con el microprocesador, el módulo de RAM, las tarjetas y ranuras de expansión o el mismo teclado. Se convierten en una extensión de mis humanas convicciones y en una manera rápida de intentar asumir (nunca con éxito) mis responsabilidades, que acostumbran a llegar a mi puesto de trabajo a paladas y pocas veces con aviso.

Por eso, en días como el de San Prudencio, frenético en la fiesta y caótico por mor del cacareado apagón del siglo, uno se siente huérfano al no poder abrazarse a la computadora para desahogarse y acceder a los lectores. Supongo que esta neura que padezco en mi relación con la informática y sus aparatos no es más que un ejemplo de toxicidad de manual de primero de Psicología. Ya ven, hasta para eso soy un poquito raro.