Una confesión para empezar. Hay gente buena y hasta excelente, mala e incluso pésima, además de por supuesto regular, en todo mi espectro político reconocido, excluido Vox. Desde las premisas de la actitud respetuosa y la capacidad argumentativa, el cribado se sustenta por este orden en la honestidad, decir lo que se piensa, y la honradez, hacer lo que se dice. Aunque a menudo no se esté de acuerdo con lo que algunos otros piensan, dicen y hacen. Discrepancia netamente democrática. Lógica y sana.

Trump no es ni una cosa ni la otra. De hecho encarna la antítesis de la honestidad al personificar la mentira como estrategia para sepultar la realidad que no le conviene con falsedades fabricadas a conciencia y propaladas con fruición. Y tampoco predica con el ejemplo, valga como paradigma su hipocresía fiscal porque como gobernante demandó los impuestos que no paga como contribuyente. Desprovisto de toda ética, y propulsado por la conciencia de impunidad que inocula el dinero, el magnate se ha consagrado como el prototipo de machirulo y de racista, acosador por igual de mujeres bajo su particular derecho de pernada y de inmigrantes a quienes considera delincuentes de nacimiento y carnaza laboral. Todo aderezado con una concepción patrimonial de la democracia y de la seguridad nacional con esa impronta de matón de colegio que culpa siempre a la víctima de sus abusos. Terrible paradoja que se postule como antídoto de la Tercera Guerra Mundial el bravucón number one, con rasgos de mesianismo lunático.

De esos lodos emerge luminosa Harris, que ante los 67 millones de estadounidenses que vieron el debate de esta semana arrinconó a Trump con la dialéctica firme de la fiscal y un lenguaje no verbal poderoso por la elocuencia de sus gestos ante las barbaridades proferidas a su derecha. Bien entendido que quien decidirá a pie de urna es el 6% del electorado recurrente que se debate entre una sigla y otra. Sin menoscabo del formidable desafío para Harris de activar antes el abstencionismo urbano, singularmente femenino y juvenil, en este caso también en el seno de familias de entorno rural cuyos mayores se han alineado hasta ahora con Trump. A expensas de acreditar el efecto Taylor Swift, cuyo apoyo a la aspirante demócrata se estima hasta en un punto de voto, resultarán claves los siete estados bisagra de siempre. A 6.000 kilómetros de Washington, cuesta interpretar estos comicios en clave ideológica, basta preguntarse a qué candidato elegiría uno como empleado o para presidir cualquier comunidad de vecinos.

El personaje no resiste una mínima verificación, pero Trump no ha dicho su última palabra, léase fake. Y no será en formato de debate según él mismo, lo que supone la asunción de la derrota cuando se sabía ganador frente a Biden. Sólo por eso I love Kamala, que en dos meses ha devuelto la esperanza. En la política estadounidense y en la mismísima condición humana. Aunque tenga todo por demostrar ante el Mundo, necesitado de un liderazgo en la Casa Blanca de mujer afroamericana y ascendencia india.