¿Qué? ¿Ya no hay tanto cachondeo con el kit de supervivencia que planteaba hace unas semanas la UE, eh? Lo más curioso ayer era pasearse por Vitoria y ver cómo convivían la pequeña trompeta del apocalipsis del fundido a negro con eso que se llama vida y que, curiosamente, tiene sus propios ritmos. Como decía el personaje de Jeff Goldblum en Jurassic Park, la vida se abre camino. Vamos, que mientras mi móvil ayer vomitaba a ratos ráfagas de decenas de mensajes sobre el apagón, muchísima gente disfrutaba de un día precioso en Armentia o simplemente de los rayos del sol en una terraza mientras los bares gestionaban como podían y a oscuras el apagón. Así, entre talo y rosquilla, ayer el LABI –¿se acuerdan?– volvió a nuestras vidas. Supongo que a estas alturas lo del relato distópico ya no nos suena tan marciano como cuando nos sumergimos en la pandemia pero, sin pretender caer en alarmismos ni mucho menos, hay experiencias que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad, en este caso la vulnerabilidad de las infraestructuras. Veremos, espero, el porqué del apagón. Mientras tanto, no puedo evitar pensar que ojalá me hubiese pillado en Armentia con una sidra y un talo. Si el apocalipsis llega, cuando llegue, por favor, que me pille celebrando.