Una noria de 30 metros de altura en la plaza de la Virgen Blanca es el reclamo navideño de este año en Gasteiz, que enciende hoy su Navidad. A la rueda gigante se podrá subir previo pago de 5 euros para elevarse sobre los tejados del Ensanche. Todavía no gira pero la atracción ya se ha convertido en protagonista de muchas conversaciones, con alabanzas y críticas repartidas, como no podía ser de otra forma, más aún en una ciudad como la nuestra donde cualquier alteración en el guion toma categoría de debate nacional. Dejando a un lado las diatribas y alabanzas que depara y deparará la noria, la tomaré como metáfora de la Navidad, que aún no asoma en el calendario pero que nos llevan anticipando desde que los primeros turrones aparecieron en los supermercados sin terminar septiembre. Su giro oscilante me lleva a pensar en que, abandonada la infancia y adolescencia, son jornadas estas en las que hacemos equilibrios con un pie en la rutina laboral y otro en los compromisos y celebraciones de unas fechas que rompen la linealidad del día a día. Como en la noria, también hay quien se marea con las efusivas muestras de alegría y compadreo, sea real o exagerado. Y, como quien se queda colgado en lo más alto de la atracción, pienso también en quienes preferirían pasar estas fechas aislados del ruido, lejos de las luces, el confeti y el cuñado.
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