Se está poniendo la cosa como para irse a vivir al monte y olvidarse de todo. La escalada de la tensión geopolítica invita a uno a abstraerse hasta que, llegado el caso, todo se vaya al garete. No invita a otra cosa un vistazo rápido al panorama. Ver a Trump en su versión más desatada, escoltada por un multimillonario que podría pasar por un villano de una película de James Bond y secundada por el resto de magnates mundiales por omisión o sumisión, no resulta halagüeño. Tampoco es esperanzadora la reacción de Europa pensando en fiar su futuro económico e industrial a emprender una carrera armamentística de la que siempre salen beneficiados los mismos, que curiosamente son siempre, directa o indirectamente, agentes clave en el conflicto. La Unión Europea dice verse ahora abocada a mantener una batalla con Rusia a la que le llevó de la mano el primo yankee, más cerca ahora del tovarich ruso. Una versión bélica de pagafantas que da de todo menos risa. Los tiempos cambian pero los juegos de guerra siguen siendo muy atractivos entre los niños. Por mucha pedagogía antibelicista sigue siendo habitual ver jugar a los más pequeños simulando pistolas o metralletas. Cuando quienes juegan a la guerra son los líderes políticos con escenarios de conflicto en la sala de estar de occidente, la situación comienza a dar verdadero miedo.