¡Viva la bajada de impuestos! Y que sea generalizada, por favor. Que aquí no contribuya ni el Tato al bien común y que el que tenga, pues que se procure lo que necesite, y el que no, que se aguante y apriete los dientes, que no estamos para zarandajas. La verdad es que estas líneas con las que el que escribe y suscribe este artículo da inicio a esta breve reseña sirven de resumen grotesco a lo que se está escuchando en las últimas semanas, sobre todo, entre quienes defienden posiciones tirando a populistas en la actual etapa de una eventual reforma fiscal. Es muy fácil regalar discursos en los que se plantea rebajar la carga fiscal a la ciudadanía y en los que se repite hasta la saciedad el mantra de que lo que importa no es la recaudación para hacer políticas públicas, sino la buena gestión, dando por hecho que esta no existe en la actualidad. Lo que no se traslada a propios y extraños desde esas posiciones, desde luego, tan legítimas como el resto, es que sin un erario nutrido a lo mejor hay que atender cuestiones sanitarias de fuerza mayor con un sorbo de agua y azúcar, o que un arreglo viario para evitar accidentes tenga que ejecutarse con plastilina al no llegar el burro al pesebre. ¿Ven? Hay ocasiones en las que la demagogia es muy fácil de usar.
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