La vida es puñetera y testaruda y, tarde o temprano, acostumbra a poner a cada uno en su sitio. Lo escribo así porque ahora que llega el fin de año acabo de terminar un pequeño ejercicio de reflexión. No se imaginen largas sesiones con música de arpa e incienso hasta ahogarse. Todo lo que he logrado rumiar me ha llevado unos minutos, y gracias a ellos, he creído descubrir el origen de los males del universo, aunque no les aburriré con esa cuestión de momento. Me temo que ya habrá oportunidades más adelante. Lo que hoy me vuelve a traer a este pequeño rinconcito literario tiene que ver con la capacidad que tiene el ser humano para humillar sus principios con el fin de lograr, fundamentalmente, recorridos laborales de esos que ensalzan el ego. Quienes disfrutan de esa manera de guiarse por la vida después sufren turbulencias de otra índole y tienen que tributar al azar, a la providencia o a lo que sea que maneja los hilos de la existencia. Y no suelen ser precios asumibles de pagar. En fin, supongo que estas fechas no ayudan en demasía al equilibrio del que escribe y suscribe estas líneas, así que tendrán que perdonarme esta manera tan ruin de socializar mis neuras. Les prometo que en unos días, según discurran estas fechas, se me habrá pasado.