En este año que ahora se termina, se nos ha ido un viejillo habitual de nuestro amado templo del cortado mañanero del que nos estamos acordando mucho estos días. Siempre que llegaba esta época, tenía por costumbre tocarle un poco los pendientes reales a nuestro querido escanciador de café y otras sustancias, preguntántole cómo era posible que un ateo declarado, e hijo de un matrimonio casado por un cura que luego se salió para liarse con no sé quién, ponía siempre nacimiento en la barra del bar, por no hablar de la invasión de espumillón y bolas de mil colores, que estamos volviendo a repetir una vez más.
No es broma, que el jefe cuelga adornos hasta en el baño y lo de pasar por ahí con aquello en la mano se convierte en una experiencia lisérgica propia de cualquier fiesta hippie que se precie. Nuestro barman solía mandarlo a esparragar, utilizando improperios varios que terminaban siempre con alguno de los aitites tapándole los oídos a la figurita plastiquera que simula al recién nacido, no fuera a escandalizarse.
Un Brindis por los que no Están
Pero esta vez ya no hay nada de eso. Y se echa de menos. Por eso, en la cena semanal de este viernes tocará recordar y, sobre todo, celebrar que compartimos la vida con gente a la que no olvidaremos y con la que nos hicimos unas risas.