Hace unos días, Robert De Niro se despachó a gusto con Donald Trump. “Donald Trump quiere destruir no sólo Nueva York, sino el país, y eventualmente podrá destruir el mundo. Si Trump regresa a la Casa Blanca, podrán despedirse de estas libertades que todos damos por sentado. Si entra, puedo decirles ahora mismo que nunca se irá”. Ahí estaban Jake LaMotta, Travis Bickle, Vito Corleone o Max Cady – “abogado...”– dándole con la mano dialéctica abierta al ahora autoproclamado “preso político” –toma ya–. Unos días después, The Wall Street Journal publicó que Trump baraja el nombre de Elon Musk como asesor de su futuro gabinete. No extrañaría demasiado la siniestra imagen de los dos acariciando sus gatitos blancos en plan villanos líderes de Spectra. La información habla de que Musk y el también multimillonario inversor Nelson Peltz lideran una campaña contra Joe Biden entre las élites económicas y empresariales del país. El autoproclamado “preso político” –no me acostumbro– es ya, eso sí, el primer expresidente de EEUU condenado en juicio penal. Eso no le cierra el camino a la Casa Blanca, de hecho ya está intentando rentabilizarlo en términos electorales. “Vivimos en un Estado fascista”, dijo el viernes. Él. Con todo el tupé. Muy suave fue Robert De Niro.