Tradicionalmente, tanto en Gasteiz como en Araba siempre ha existido una gran reticencia a los cambios. Ya sean de gran calado o de pequeña magnitud, en nuestro entorno existe una facilidad extrema para recibir con recelo cualquier tipo de propuesta que suponga una variación con lo ya existente. Llevándolo al extremo, no me extrañaría que en nuestra trayectoria haya existido hasta una asociación para quejarse por el cambio de una bombilla. Si a esto –le podríamos añadir ese mal común de creernos mucho menos de lo que somos– le unimos que raramente hemos sido un territorio de grandes mayorías, el fraccionamiento del voto que nos caracteriza y la desventaja de que muchos hacen política aquí pensando en otros lares, el cóctel resulta explosivo y, como resultado, tenemos una ciudad y una provincia que nunca han llegado a avanzar a la velocidad que deberían, lo que no impide que sean punteras en muchos aspectos, pero en menos de los que deberían. Viene esto a colación de la prórroga presupuestaria para este ejercicio que sufrió la Diputación ya el pasado mes de diciembre, con el Ayuntamiento de Vitoria oteando una resolución idéntica para sus cuentas. Que la herramienta esencial para el ejercicio de gobierno quede congelada es un mal que nos impide avanzar y deberíamos evitar.
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