En Vitoria-Gasteiz ha sido la semana del caucho, con la preocupación ciudadana mayormente dividida entre los porvenires de Michelin y del Alavés, por orden cronológico. Una semana entre neumáticos y pelotas en cuyas postrimerías se ha abierto paso la política local con las investiduras municipales, agotado el tiempo de echar balones fuera para poner ruedas a otra legislatura bajo el signo de la geometría variable que impone esta sociedad plural nuestra. Riqueza y complejidad a partes iguales.

La mejor prueba en Vitoria-Gasteiz, ya bajo los designios de la socialista Etxebarria como primera alcaldesa de la ciudad sobre el pilar de la cohabitación sociojeltzale que solidificó el último mandato de Urtaran. La cogobernanza lógica, vigente en el Ejecutivo Vasco, pues procura la mayor estabilidad en la gestión desde una centralidad pragmática de impronta transversal, con la cohesión social y el desarrollo económico sostenible como ejes. Una entente que se extenderá a la Diputación de Araba –para alumbrar la tercera singladura del jeltzale Ramiro González– y a cuya cristalización en la capital contribuyó decisivamente el laissez passer del PP en detrimento de Rocio Vitero y en aplicación del veto de Feijóo a EH Bildu, su señuelo para acogotar a Sánchez. Se abre ahora el tiempo de la real politik cuando no median mayorías absolutas, el momento de la altura de miras para alcanzar acuerdos puntuales multipartitos sobre los contenidos concretos que mejoran la vida de la gente. A ese imperativo ciudadano están llamadas todas las siglas en todos los ayuntamientos, una vez restañadas las heridas por las alcaldías que se creyeron factibles y sin embargo frustraron pactos entre terceros tan democráticos como cambiantes en función de las circunstancias de los distintos lugares.

Aunque para mutación la de Feijóo el moderado tras meter hasta la cocina del Gobierno valenciano a Vox, el michelín de la democracia, mientras los democristianos y liberales alemanes y franceses excluyen a la ultraderecha de su menú de pactos. Este PP ha optado sin embargo por incluir definitivamente a Vox en su dieta una vez digerido el bolo de Castilla-León, naturalizando a un partido de notorios tintes xenófobos, misóginos y homófobos hasta entregarles la gestión de las políticas culturales y de seguridad. La enésima prueba del fariseísmo del PP, que censura los apoyos puntuales de EH Bildu a leyes concretas o su abstención para facilitar gobiernos progresistas como por ejemplo en Navarra con las mismas acusaciones de filoterrorismo a Sánchez que le recetó a Zapatero por negociar con ETA como Aznar.

Tamaña hipocresía no penaliza al PP en las encuestas y ahora está por ver si ese impúdico pasteleo con Vox moviliza al electorado durmiente el 28-M, de la izquierda pero también del nacionalismo periférico. Porque este PP radicalizado solo puede pactar con la derecha extrema por su manifiesta incomprensión del Estado compuesto que Vox quisiera abolir. Mucho ojo.