A la vista de la zarzuela que esta semana se ha representando en el Congreso de los Diputados, del currículum del protagonista de la misma, al cual, como a Fraga, parece caberle el Estado en la cabeza; y de quién ha salido beneficiado, o beneficiada, del mismo, cabría pensar que Ramón Tamames le ha prestado un postrer servicio al Partido Comunista de España en una maquiavélica jugada digna del mismísimo Carrillo. O eso, o como ocurre habitualmente con esas personas que son tan listas tan listas que acaban por quererse demasiado a sí mismas, este hombre ha perdido la perspectiva por tenerse en demasiada alta estima, y por tanto su falta de lucidez no se debe tanto a su avanzada edad –bien fresco está para los años que tiene– como a su narcisismo. A lo peor no hay una explicación racional y coherente para lo sucedido y se trata tan solo de una sucesión de factores inconexos, errores de cálculo y egos apretados en el reducido espacio del salón de plenos de la Carrera de San Jerónimo que, según dicen quienes lo han visitado, es más pequeño de lo que parece en la tele. No desestimemos esta última posibilidad, pues junto con otros muchos y necesarios elementos, las personalidades excesivas y el azar han sido capaces de desencadenar guerras mundiales.
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