Cuando June nació decidimos no ponerle pendientes. Ya se pondría pendientes, piercings o lo que a ella le diese la gana cuando creciese. Tras la decisión, quedó más que comprobado que si un bebé no lleva pendientes, es varón salvo que se pruebe lo contrario. Ya puede llevar un vestido con volantes, lazo, carro y resto de complementos en rosa que si no lleva pendientes es un niño. Mira que no hay nada que me fastidie más que las imposiciones de género para los bebés desde su nacimiento. A nuestro parecer, no tenía ninguna justificación racional agujerear las orejas de nuestra pequeñaja, con el consiguiente dolor (aunque fuese pequeña) y riesgo de infecciones, enganchones o tragado accidental. Y no, lo de que “están muy monas con pendientes” no es racional. Eso sí, según June ha ido cumpliendo años, ahora tiene casi cuatro, la decisión la tiene clara. Ha venido muy coqueta de serie, le encanta maquillarse, llevar los labios pintados y a poder ser también algún peinado con trenzas y brillantinas. Ayer me preguntó a ver por qué no le hemos puesto pendientes. Yo contesté que hemos preferido esperar para saber si ella quería o no. A lo que June, sin pelos en la lengua, respondió: “Pues ama, sí que quería”. Nada, pronto nos tocará ir a ponerle pendientes a la criatura.
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