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Carlos III

Si el pasado fin de semana la muerte de Isabel II me inspiraba hondas reflexiones sobre quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, pasados unos cuantos días lo que me llama la atención, sin llegar por otro lado a sorprenderme, es la manera en la que los medios de comunicación, sobre todo la tele, le están contando a la gente todo esto. La relevancia que ha tenido esta mujer en su país y en el ámbito internacional durante setenta años es innegable y por tanto es preciso dar cuenta de ello y hacer una cobertura bien extensa de las interminables vueltas que ha dado su cuerpo por todo el Reino Unido. Lo que ya no es muy profesional es la totalmente acrítica y servil narrativa del hecho, probablemente no tanto a causa de un oscuro interés por ocultar la parte menos buena de su largo reinado como porque ahora es lo que toca y ya está, como en otras ocasiones le tocó recibir estopa. Nos están contando una historia atractiva y fácilmente digerible, con la buena, ella; y el malo, su hijo. Ya antes de dar muestras públicas de lo estirado que es en los diferentes actos de la semana pasada y de despedir por carta a todos sus empleados, los expertos vaticinaban que Carlos III no va a estar a la altura de su madre, pero seguro que entre todos sabremos sacarle jugo.