Leo en medios estadounidenses sobre la posible megatormenta –y la consiguiente megainundación– que los expertos advierten de que puede asolar California. Se refieren a una tormenta de un mes de duración con lluvia y nieve que azotaría tanto el sur –no, lo de It never rains in southern California no debe de ser tan cierto– como el norte del estado. El estudio habla de una posibilidad entre 50 de que este fenómeno ocurra, probabilidad que ha ido aumentado empujada por el avance del cambio climático. En el siglo XIX ya debió de ocurrir algún episodio similar particularmente devastador. Primer pensamiento: vivir en California es jugar a la ruleta rusa, si no te lleva por delante el Big One de la Falla de San Andrés, si no ardes en algún macroincendio, te ahoga una megastorm –aún no hay consenso sobre el prefijo–. Cuenta The New York Times que hace más de una década un informe gubernamental estimó en 725.000 millones de dólares los daños que podría causar una hipotética megainundación en California. Todo ello si antes no acaba con el país entero Donald Trump, quien sentenció durante la campaña electoral que finalmente ganó: “Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”. A tenor de los hechos, posiblemente tenía razón.