En la pasada Semana Santa pude tener mi última conversación con él. Al margen de que siempre transmitía una sencillez y una tranquilidad dignas de elogio, mi primo estaba radiante de felicidad porque acababa de jubilarse. Me decía por razones obvias que quería disfrutar de lo lindo a partir de ahora pese a que nunca se había privado de sus buenos viajes a la India o Australia. Me contó sus planes a corto-medio plazo sin yo saber que no le volvería a ver jamás más con vida. La semana pasada, ‘Txusma’ –como le conocíamos en nuestra familia– falleció repentinamente mientras estaba descansando plácidamente en el pueblo que le vio crecer. Lo hizo con tan solo 64 años, es decir siendo un chaval y con toda una vida por delante repleta de desafíos. Nada más enterarme de la noticia, lo primero que se me vino a la cabeza es lo vulnerables que somos y la trascendencia que le damos a cosas insignificantes. Conviene disfrutar de cada segundo porque no sabemos cuándo ni dónde está nuestro final. En ocasiones, el destino es muy cruel y sufrimos golpes imprevistos que uno jamás puede llegar a imaginarse. Nadie se halla a salvo de cualquier desgracia, incluso aquellas personas que no incurren en excesos. Sirvan estas modestas líneas como un pequeño homenaje a su figura.