Las revistas del corazón recogían hace poco más de una semana la llegada a España de la primera y colorida dama de los Estados Unidos de América, a quien la no menos deslumbrante reina doña Letizia recibía en la Zarzuela antes de coincidir, un día más tarde, en su visita a un centro de refugiados ucranianos, pues la señora de Biden se había comprometido con la de Zelensky a velar por la salud mental de los millones de personas que han tenido que salir corriendo de su país para salvar la vida. Mientras, los hombres (27 varones por tres mujeres en la foto de familia de la Cumbre de la OTAN, si no he contado mal), con sus trajes oscuros y su gallarda determinación, ultimaban los detalles del grave encuentro en el que se había de decidir cuánto plomo es necesario para hacer frente a la amenaza rusa. Heroicos soldados y amorosas enfermeras luchaban desde Madrid por la defensa de los valores occidentales, en una caricatura que la cruda realidad de la guerra, con sus bombardeos, ejecuciones y violaciones en masa, deja en mera pero llamativa anécdota. No hace mucho, en el Kurdistán sirio, donde no hay lugar para las caricaturas y el belicismo viene impuesto por las circunstancias, las mujeres defendieron su derecho a existir enfrentándose a tiros al Estado Islámico.