Yo, que peino canas (metafóricamente hablando, claro está), ya las he visto de todos los colores. E, incluso, y si me apuran, hasta en blanco y negro. Ahora bien, sufrir el verano de esta guisa es totalmente inaceptable. Cuando uno sale de casa abrazado a la moda más veraniega, sandalias incluidas, echa en falta la bufanda, el gorro de lana y las botas de nieve. Y ayer, que pintaban bastos, casi me da una lipotimia, sudando la camisa al estilo macho Camacho. En fin, supongo que habrá que aclimatarse a las nuevas condiciones derivadas de un cambio climático capaz de suprimir las estaciones meteorológicas para dejar el clima al arbitrio del azar. Así que no les extrañe si en plena bajada de Celedón, un tornado caribeño hace descender al aldeano de Zalduondo en la plaza de Santa Bárbara o si a finales de abril, el pantano se deseca tras una sequía pertinaz. Dadas las circunstancias, creo conveniente aconsejar salir a la calle equipados con una mochila con espacio para la crema solar, unas gafas de sol y una visera y también para un foulard, una rebequita y un plumas, no sea que el día se ponga tonto y ofrezca de una sentada todas las posibilidades incluidas en la nueva carta meteorológica que nos está tocando penar. Señor, ¡qué cruz!