El verano es esa estación tan querida y odiada al mismo tiempo por los amantes del deporte. Para algunos, como los seguidores del ciclismo, son las fechas que llevan esperando todo el año, la época en la que se celebran las tres grandes. Para los que prefieren el fútbol o el baloncesto, es una época de inactividad sobre la cancha en la que dejar atrás el pasado y renovar las ilusiones. Los frikis de esto relacionamos automáticamente las vacaciones de verano con el mercado de fichajes. No entendemos un día de playa sin rebuscar en el periódico o en el móvil en busca de nuevos fichajes o nombres que suenan para reforzar a nuestro equipo, ni tampoco una tarde de terraza sin discutir con los amigos si Fulanito debe largarse o si la contratación de Menganito encaja o no en el esquema 4-2-3-1. Por otro lado, si mientras deambulamos por el municipio vemos a unos chavales jugando un partido, no podemos evitar desviar la mirada hacia el campo en busca de un gol o una canasta que calme nuestras ansias de acción. ¿Es el mercado el que da emoción al verano o, por el contrario, lo vemos como algo especial porque inconscientemente lo vinculamos con las vacaciones? Desconozco la respuesta. Solo sé que cada vez queda menos para el amistoso del Alavés contra el Burgos y el inicio del Eurobasket.