En la sobremesa del domingo nos vimos sobresaltados por el infarto de miocardio sufrido por Pablo Laso. Por mucho que lleve años dirigiendo -a gran nivel, por cierto- a un rival acérrimo del Baskonia como el Real Madrid y no despierte una excesiva simpatía entre una parte de la afición azulgrana, en estos casos no hay colores que valgan. Porque este icono del madridismo sigue siendo historia viva de la entidad alavesa, que forjó su crecimiento gracias, en parte, a las asistencias de aquel pequeño base con una excelsa visión de juego. La dolencia cardíaca de Laso es algo que nos tocó la fibra y nos dejó muy mal cuerpo. La vida del técnico vitoriano no corre peligro y eso es lo más importante en estos instantes de máxima incertidumbre. Sin embargo, ahora le espera un largo tiempo fuera de los banquillos porque los médicos le recomendarán una vida de lo más tranquila y que huya del estrés que genera su trabajo diario. Cuando el corazón te manda un aviso, es mejor prevenir y no tentar a la suerte. Vistos los últimos precedentes (Erikssen, Kun Aguero...) o las muertes súbitas acaecidas años atrás de las que no queremos acordarnos, queda claro que los deportistas no son esa especie de super hombres inmunes a cualquier desgracia y que el puesto de entrenador es una profesión de riesgo. l
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