El cordón umbilical de Lagos de Covadonga conduce irremediablemente a Marino Lejarreta, su primer rey, el pionero. Conquistó aquella cima en 1983, en la Vuelta que coronó a Bernard Hinault. A partir de entonces se fue tejiendo la leyenda de la montaña asturiana, punto de fuga por 23ª ocasión de la carrera. Un clásico. Después de él se tallaron otros nombres en el panteón del ciclismo asturiano, en su templo.

Cumbre legendaria, frontispicio de tantos nombres, la Santina, la Virgen de Covadonga, bendijo a Marc Soler, vencedor en la cumbre después de dominar la subida entre los fugados.

El catalán, un ciclista que corre a trallazos, convulsionando, festejó su tercera victoria de etapa en su biografía en la Vuelta por delante de Zana y Poole. La mejor de todas. Ion Izagirre, notable su actuación, fue quinto.

El manto protector también cubrió el sueño de Ben O’Connor, aún en pie de rojo tras otro experiencia extrema por el averno. En apnea. Agónico su ejercicio. Soportó la tortura.

El líder, con el rostro desencajado, a su llegada. Decathlon / Getty

Cinco segundos le salvaron del acoso de Primoz Roglic, hermanado con Enric Mas, que corre sin retrovisor, y Richard Carapaz, espíritu peleón, en la cima. Le lijaron casi un minuto. Roglic, paciente, roe el hueso australiano con paciencia.

El esloveno, en la montaña que celebró con vítores en 2021 en una etapa epidérmica y épica, que le convirtió en rey, se quedó a un palmo de O’Connor, honorable su defensa hasta los estertores de la resistencia.

Sin casi diferencias

Aislado, el líder, conmovedor, lejos de izar la bandera blanca, pudo subsistir en medio de la miseria, la niebla que cegaba y la lluvia que empapaba ilusiones. Es un tipo resistente, duro, el australiano. Estoico. Manda con 5 segundos sobre Roglic, 1:26 con Mas, 1:46 con Carapaz y 2:18 respecto a Mikel Landa.

El de Murgia, que anhela el podio, fue el primero en mostrarse, pero se desenganchó unos chasquidos en el cierre del telón ceniciento. "Ya en el puerto anterior he estado atento y aquí he probado para ver si alguno de los favoritos fallaba, O'Connor, Roglic, Mas, Carapaz ..., y no ha fallado nadie", dijo. No hubo apenas diferencias. O'Connor fue el peor parado.

En la Huesera, donde crujen los huesos, el sonajero del dolor, resonó el soniquete del vacío. Deshabitados los cuerpos, Landa quería descerrajar el podio de la Vuelta.

Pose felina, el murgiarra lanzó un fogonazo antes de meterse en las fauces oscuras que animan las gargantas, una cremallera de dolor con un velo blanco de niebla que invocó una ascensión palpitante.

En medio de la tormenta perfecta, en el desfiladero de los Lagos de Covadonga, en la frontera, O’Connor penaba. Le engullía la montaña. Rojo descolorido. Soledad y dignidad. No se abandonó el australiano. Mas, afilado, despojado de los miedos, empujó. Respondieron Carapaz y Roglic. Se destempló Landa, rescatado por Lecerf.

Espectral la subida. El líder se agarró al orgullo para no caer del todo. En precario equilibrio, examinó sus límites, sus muros de contención ante el ariete de tres cabezas: Roglic, Mas y Carapaz. Sin una mano amiga que al menos le diera consuelo, el australiano, mostró su talla. Otra vez vivo en el peor escenario.

Allí le arrastraron sus rivales, obsesionados con resquebrajarle. La grieta en su máscara es cada vez mayor, pero O’Connor no es un impostar. Se está ganando cada hebra del maillot rojo. Tendrán que arrebatárselo. Roglic está a un tirón de lograr el liderato.

La memoria que desliza la fotografía de Marino Lejarreta es puñetera y también recuerda que un puerto antes, el Fito, fue el último que subió Miguel Indurain antes de refugiarse en el anonimato de un abandono sigiloso. Era su adiós, con elegancia, el 20 de septiembre de 1996.

Entró en el hotel El Capitán y apagó su ciclismo aunque entonces no se sabía que aquella sería su última escena. Fiel a su estilo, a su modo de entender la vida, se alejó del foco con humildad. Se quedó Indurain y nació el ciudadano Miguel. El mito lo era y lo fue más aún después de aquel episodio.

Izagirre y Lazkano, en fuga

En ese lugar, en el Fito, se enfatizó Van Aert en su pelea por comer puntos para su reinado en la montaña. Deshojó la fuga, numerosa, donde viajaban Ion Izagirre y Oier Lazkano hasta que el alavés se arrugó. Esperó más tarde, pie a tierra, a que asomaran los mejores. A varios minutos de distancia, planchados en la calma, en un compartimento insonorizado, los nobles no se inmutaban.

Oier Lazkano con Ion Izagirre. Movistar / Getty

O’Connor silbaba su melodía de líder. Roglic, Mas, Carapaz y Landa deseaban dejarle sin voz en los Lagos de Covadonga. A punto estuvieron de lograrlo. La cima recuerda el grito liberador de Roglic en 2021 tras una aventura extraordinaria junto a Bernal. Su asalto a la Vuelta.

En Collada Llomena, escalón anterior a la azotea de los Lagos, Mas fijó la marcha con sus porteadores. El mallorquín pretendía dar velocidad y temperatura al ritmo en una apuesta telescópica en un patchwork de tonos verdes entreverado con carreteras secundarias que dibujaban las huellas de las montañas.

Rampas broncas. Mas, valiente, intrépido, contra natura, se lanzó al abismo. Atacó para que todo estallara. Buscaba la grandeza. Su alboroto, espumoso, agitó a los mejores de forma inmediata. Efecto dominó.

Mas y Landa, desde lejos

El descorche de Mas apenas tuvo auge. Mikel Landa mostró su ambición. Roglic, Carapaz y O’Connor no tardaron en reaccionar. Se congeló la revuelta y el líder dispuso a Valentin Paret-Peintre a pastorear el rebaño. Guía de montaña. Era su mastín contra los lobos que miraban el gaznate de O’Connor. Querían hacer presa. Convocados para Lagos de Covadonga.

La lluvia comenzó su siniestro claqué, el baile del peligro en el descenso revirado, con penachos húmedos y asfalto ajado que invocan a la tensión y al estrés. Asustaba el asfalto. El orbayu derribó a Van Aert, Del Toro y Eengelhardt. El belga, con la rodilla derecha ensangrentada, dañada, tuvo que abandonar por culpa de la caída. Un fuerte golpe le crujió el ánimo.

Abandono de Van Aert

El dolor persigue a Van Aert, que había encontrado cobijo a sus males en la Vuelta, vendedor de tres etapas y líder de la montaña y de la regularidad hasta que el mal fario se cruzó en su trazada como si fuera un gato negro. En una caída, lo perdió todo. El belga honró a la carrera. El maillot verde y el de la montaña se despedían de la carrera en un curva maldita.

Van Aert, dolorido, tras la caída. Eurosport

Los generales vieron al belga herido. mareado y maltrecho en el arcén, sentado en el coche, viendo la Vuelta pasar en silencio, con la pena dentro. Introspectivo. La fuga, en la que continuaba Izagirre, reputado cazador de etapas, tenía sed de victoria. Quería beberse los Lagos de Covadonga.

El de Ormaiztegi perdió el paso cuando Soler, Poole y Zana se retaron. Hoja caduca la de Izagirre. En ese baile tortuoso se destacó el catalán, que alcanzó el cielo en el viaje a los infiernos del líder. O’Connor sobrevive a Roglic.