Me consta de primera mano que el PP vasco se ha dejado los dedos llamando y/o guasapeando a los principales dirigentes de PNV y PSE. Creo que ni siquiera ha habido una respuesta de cortesía, pero también estoy al corriente de cómo los interpelados han querido mantenerse a kilómetros de ese nada apetecible cáliz. Eso ha sido así a tal punto, que en el anuncio de la reedición del pacto de 2019, lo realmente sustancioso no era que se hubiera alcanzado, sino que los populares no habían tenido la menor participación. Y eso era muy importante subrayarlo porque aquí nadie se chupa el dedo. Más importante que los hechos es la venta de los hechos. O la batalla del relato, como nos referimos desde hace un tiempo al fenómeno de arrimar el ascua a la sardina propia. En este caso, además, esa batalla era doble. Al PP le interesaba dar la impresión de que estaba en la pomada, negociando de tú a tú, como si de verdad pintara algo. Al otro lado, EH Bildu necesitaba (y sigue necesitando) imperiosamente hacer creer que hay una santa alianza con la derechona española para descabalgar sus listas más votadas.

Pero la verdad es más simple que todo eso. Los dos partidos que comparten pactos de gobierno o de gobernabilidad en las instituciones de los tres territorios han anunciado que los mantienen. Puede que en algunas plazas requieran del concurso de un tercero, en este caso, el PP. Pero, llegados a ese punto, la responsabilidad final es de ese tercero. Lo que haga será lo que crea conveniente. Es libre de facilitar que Maddalen Iriarte sea diputada general de Gipuzkoa y Rocío Vitero, alcaldesa de Gasteiz. No hay más que hablar.