Argentina y España son dos países donde la historieta no es un subgénero, sino un arte con peso cultural propio. En el caso argentino, esa tradición se consolidó desde mediados del siglo XX con una generación de autores que renovaron el lenguaje gráfico y la relación entre política y relato. Oesterheld, Breccia, Quino, Trillo, Altuna, Solano López o Fontanarrosa forman parte de ese núcleo. En el Estado español, el cómic argentino empezó a circular con fuerza desde los años setenta y ochenta. Primero en revistas especializadas, luego en recopilatorios.
De ahí venía El Eternauta. Publicado entre 1957 y 1959, con guion de Oesterheld y dibujos de Solano López, narraba una invasión extraterrestre sobre Buenos Aires. Pero lo esencial no era la amenaza, sino la respuesta. El relato no se articulaba en torno a un protagonista fuerte, sino a un grupo de vecinos que resistía. La épica era colectiva. El enemigo, abstracto. La respuesta, horizontal. Era una historia de ciencia ficción atravesada por una lectura política del presente.
Muchos aquí lo leímos por entregas en la revista 1984. Una nevada mortal caía sobre la ciudad. Un grupo de personas se encerraba. Se organizaba. Resistía sin gloria. Sin consuelo. Y eso lo hacía distinto. Más humano. Más inquietante.
En las últimas décadas, el cine –y especialmente las plataformas– han absorbido gran parte del imaginario del cómic, pero desde una lectura dominante: la del superhéroe. Incluso las distopías giran en torno a una figura excepcional. El Eternauta no encaja ahí. No actúa en solitario. No resuelve. No se impone. Es un personaje colectivo. Y eso, hoy, se agradece.
Netflix ha estrenado ahora su versión. Conserva algunos ecos: la nevada, la ciudad sitiada, la lógica del grupo. Pero desaparece lo esencial. Ya no hay relato enmarcado, ni viajero del tiempo. Juan Salvo ya no aparece en el presente para contarnos su condena. Ya no busca a su familia entre dimensiones. Ya no es eterno. Solo un personaje más.
La serie debía ser argentina. Pero es una lástima que no haya sido más valiente. En lugar de asumir el espesor simbólico del cómic, opta por una narración más directa y emocional. Entretenida, sí. Pero banalizada.
Más que una obra de aventuras, El Eternauta es un relato sobre la desaparición, el exilio y la memoria interrumpida. Que su autor fuera secuestrado y asesinado durante la dictadura argentina no hizo sino reforzar su sentido.
Si algo de esta serie ha despertado interés, lo mejor es volver al cómic. Entrar en una librería, buscar la edición definitiva publicada por Planeta Cómic y abrir sus páginas restauradas. Ahí está Juan Salvo. Quieto en el tiempo. Bajo la nieve. Esperando ser leído otra vez. “¿Por qué esperarlo todo de afuera? ¿Acaso no podemos socorrernos a nosotros mismos?”; “Lo viejo funciona”; “Muy pronto esto será como la jungla… todos contra todos”; “La brújula anda bien, lo que se rompió es el mundo”. Son algunas de las frases que siguen ahí, en El Eternauta.