- ¡Oh, uh, ah! La primera gran propuesta del mesías Alberto Núñez Feijóo es de una originalidad inconmensurable: bajar impuestos. ¿Cuándo se ha viso algo semejante? Efectivamente, una hueva de veces, aunque quizá proceda recordar a un tal Mariano Rajoy, padre político putativo del recién coronado líder del PP. En la campaña para las generales de 2011, la gran promesa del ahora devuelto a su puesto de registrador de la propiedad en Santa Pola fue exactamente la misma. Una vez con el gobierno en la buchaca por mayoría absoluta, su primera medida, ejecutada por el taimado Cristóbal Montoro, fue, qué sorpresa, subir impuestos. La justificación de la desparpajuda tomadura de pelo a los votantes fue de una simpleza abismal: sin ingresos públicos no hay modo de prestar los servicios mínimos a los que está obligado un estado. Ni siquiera, recortándolos hasta lo obsceno, como había empezado a hacer el susodicho desde el mismo instante de la toma de posesión.

- Procede traer a colación el precedente porque, como es sabido, se hace oposición con poesía, pero toca gobernar con prosa. Por lo demás, Feijóo no parece el más técnicamente dotado para dar clases sobre fiscalidad. Apenas una semana antes de su entronización demostró que de la materia no sabe ni los rudimentos mínimos. Fue cuando acusó -y lo hizo por lo menos tres veces- al Gobierno de Pedro Sánchez de “estar forrándose con los impuestos”, mientras la gente no tenía para pagar la luz, llegar a fin de mes o la populachería que se le ocurriera cada vez. Hay que ser muy bruto, especialmente si aspiras a encabezar el poder ejecutivo, para no distinguir entre estado y gobierno. Pero como damos por hecho que, en este caso, el interesado conoce perfectamente la diferencia, nos encontramos con que esas palabras obedecen a algo más grave que la ignorancia: la pura y dura demagogia.

- Y aquí nos encontramos con el tremendo problemón. Miren que son años y años, y no hemos sido capaces de evitar la suculenta tentación demagógica a la hora de afrontar el debate sobre la fiscalidad. Por estribor, se cae en la mendruguez insolidaria del “Donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los ciudadanos”. Por babor, la cantinela es el vacuo y facilón “Que paguen más lo que más tienen”. Así, no hay modo de encontrarnos en lo obvio: tendremos los servicios que puedan financiar los impuestos sin que nadie se escape a aportar lo que le toque y sin que a nadie le peguen hachazos de más de la mitad de lo que ingresa.