- Al Papa Francisco se le ocurrió pedir perdón por “los pecados cometidos en la evangelización de México”, y ha acabado crucificado incluso en los medios más católicos. “Un Papa antiespañol”, titula su filípica Francisco Marhuenda. Según el director de La Razón, el Espíritu Santo erró: “Existen pocas dudas de la escasa simpatía que tiene el Papa Francisco por España. Estoy convencido de que el Espíritu Santo se confundió y los cardenales eligieron un candidato catastrófico. En lugar de estar al margen de las polémicas, le gusta chapotear en el barro de falso progresismo de esa izquierda sectaria y fanática iberoamericana tan querida por Podemos y los antisistema”, remata.
- En Libertad Digital, Pablo Molina encabeza su pieza así: “La desgracia de tener un Papa tonto”. Con la carrerilla cogida, termina señalando al pontífice quiénes son los verdaderos pecadores: “Llama la atención, sin embargo, uno de estos pecaditos incluidos en la lista, al que, sin embargo, el Papa Francisco no parece prestar atención. Es el que condena a los que crean pobreza, pecado mortalísimo, este sí, del que sus amigachos comunistas, responsables de haber llevado a millones de personas a la miseria.
- En ABC, que seguramente es la cabecera diestra que más de puntillas ha pasado sobre el asunto, Agustín Pery se adorna con conocimientos de Wikipedia: “¿Pide perdón el Papa Francisco por el proceso de evangelización, lo hace en nombre de los frailes sacrificados en el altar indígena de otro dios, solicita el reconocimiento de que esa religión ahora tan denostada hizo mucho más por la civilización y los derechos humanos que la que encontró al llegar la Conquista?”
- El editorialista de El Mundo le espeta a Francisco que fueron España y la Iglesia quienes llevaron “fe y lengua a Hispanoamérica, amén de las luces -hoy vacilantes- de la razón”. Antes, se aplaudía a la emperatriz de la Puerta del Sol por haber puesto en su sitio al inesperado hereje argentino: “Ayuso, que viaja a EE.UU. entre otras razones para reivindicar la causa común de la hispanidad en tiempos de iconoclastia y cancelación, denuncia con elegancia pero con coraje que el Vaticano se preste al juego populista de señalar a un enemigo mítico para desviar la atención de su ruinosa gestión real”.