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Cuando el bulo contamina más que el humo

Cuando el bulo contamina más que el humo

Cada vez que se menciona la Agenda 2030 o se anuncia una nueva medida ambiental, las redes y los grupos de WhatsApp se llenan de mensajes alarmistas: quieren prohibir los coches, nos van a quitar la calefacción, esto no va del clima, va de control. Algunas voces, incluso, comparan los Objetivos de Desarrollo Sostenible con una dictadura global encubierta. Pero, ¿y si no fuera casual? ¿Y si parte de esa confusión estuviera diseñada para que no actuemos?

Un estudio del MIT, publicado en la revista Science en 2018, concluyó que las noticias falsas se propagan más rápido, más lejos y con mayor intensidad que las verdaderas. Se difunden un 70% más que las informaciones verificadas porque apelan directamente a emociones como el miedo, la indignación o la sorpresa¹. Y eso tiene consecuencias.

¿Por qué nos las creemos?

No es una cuestión de inteligencia, sino de cómo funciona nuestra mente. Todos tendemos a dar más valor a la información que confirma nuestras creencias previas. Es lo que en psicología se llama razonamiento motivado. Si uno desconfía de los políticos o sospecha de los medios, cualquier mensaje que refuerce esa visión le parecerá más creíble, aunque no aporte pruebas.

A eso se suma que el cambio climático es un problema complejo. No tiene un culpable único ni soluciones inmediatas. Esa ambigüedad e incertidumbre pueden incomodar, y por eso muchos discursos conspiranoicos lo simplifican: hay unos pocos que quieren controlarlo todo. Frente a una crisis ambiental que exige cambios profundos, lo más fácil es rechazarla por completo y atribuirla a una maniobra de poder.

El impacto real en España y en Álava

En febrero, una encuesta de Ecoembes reveló que un 80% de los españoles cree que existe una gran desinformación sobre medio ambiente, y más del 60% reconoce haber recibido mensajes contradictorios sobre qué hacer o no hacer en relación con la sostenibilidad. Esa confusión no solo siembra dudas, sino que paraliza la acción ciudadana.

En Vitoria, esta tensión se ha hecho evidente durante el debate sobre nuevas zonas de bajas emisiones o planes de adaptación climática. Un informe técnico de Ihobe publicado en noviembre del año pasado ya alertó de que Álava vivirá más periodos de días secos consecutivos y más lluvias intensas concentradas en pocos días. Y eso afectará a la calidad del aire, la salud pública, los suelos y la biodiversidad. Y sin embargo, buena parte del debate público se desvía hacia si estas políticas son “imposiciones ideológicas” o “ataques a la libertad individual”.

¿Quién se beneficia del ruido?

La desinformación sobre el cambio climático no es nueva ni accidental. Desde hace décadas, grandes compañías han financiado campañas para sembrar dudas sobre la ciencia climática. Sus acciones van desde suavizar normativas ambientales hasta influir en el lenguaje de las leyes.

En paralelo, ciertos grupos ideológicos y partidos ultraconservadores han integrado mensajes negacionistas en su estrategia. Los think tanks europeos, como el Instituto Juan de Mariana en España, emulan a sus homólogos americanos y cuestionan políticas como el Pacto Verde. Usan la desinformación como una herramienta política al servicio de de ideales populistas.

¿Y qué puedo hacer yo?

Además de confundir, los bulos paralizan. Si todo es dudoso, si todo es discutible, lo más cómodo es no hacer nada. Por eso es tan importante tener criterio. No se trata de creerse todo lo que digan los gobiernos ni de aceptar sin más cualquier medida ambiental. Se trata de no entregar nuestra confianza a quienes usan la mentira como arma de manipulación.

Preguntarse quién habla, qué pruebas aporta, si lo han dicho otros medios independientes o si hay intereses ocultos detrás. Acudir a verificadores como Maldita.es, Verificat o Climate Feedback puede ayudarnos a ser más conscientes de esos intentos de manipulación.

Mientras discutimos si el cambio climático es real o no, las olas de calor, la pérdida de cosechas y la alteración de los ecosistemas siguen avanzando. Pensar por uno mismo, verificar antes de compartir y mantener la duda activa puede ser, hoy, un acto de responsabilidad.