Su verbo más utilizado en la entrevista es conectar. Y lo logra con su nuevo disco, Cerodenero. Nació en la Nochevieja de 1993 y eso, sin duda, marcó el ADN de su forma de ser. Hoy, después de un año en el filo de la tristeza, tras acabar su gira anterior caminando por la difícil perfección diaria, renovada con energía en sus cuerdas vocales, el show continúa partiendo de cero, pero con perspectiva de haberse conocido más.
¿Quién es Izaro?
-Cada quien que me conozca tendrá una versión de quién es Izaro. Yo tengo la mía, pero me la guardo para mí.
Las decisiones que ha ido tomando en su carrera han sido acertadas en cada momento para seguir creciendo. Su lema podría ser: “Allí donde el corazón me lleve”.
-¡Qué guay! Realmente sí. La vida es un mogollón de tomas de decisiones y en mi trabajo también, en cada momento. La carga mental es muy grande. Me alegra que cada día haya tomado buenas decisiones.
En Nochevieja cumplirá 30 años. ¿En qué título de sus canciones vive en estos días?
-En Las llaves de tu casa. Vivo con mucha alegría e intensidad hacia la gente que quiero.
Llega a la tercera planta de su edad. ¿Cómo lo vive?
-Como una Izaro 3.0. Con todas las cosas frescas.
¿El 31 de diciembre hace referencia al título de su nuevo disco: Cerodenero?
-Un poco sí. Es como llegar a un punto donde las cosas suceden fuera de la temporalidad, pero no a tiempo real, como en otra dimensión. Ese sitio es. El 31 de diciembre me gusta porque voy limpia y completa.
Me refería a que el día anterior al 1 de enero es el 31 de diciembre, es decir Cerodenero.
-No realmente. Me refiero a ese punto de magia y duda de que puede empezar el uno, o no empezar nada. Cero manzanas significa que no hay manzanas. El cero es un misterio de que puede o no puede haber algo.
Continúa con su referencia a los limones.
-Desde Limones en invierno, creo que todo lo cítrico es sensorial y me conecta mucho: ver, saborear... Es algo con mucha personalidad. Mi última gira me trajo cosas buenas, dificultades, la pandemia, y entonces me replanteé mi sobreexposición. Ahora puedo agradecer todo el trabajo anterior y los limones me ayudan a honrar el pasado.
¿Y el presente? ¿Cómo lleva la matanza en Gaza con niños a los que se les llegan a amputar extremidades sin anestesia?
-Como persona, mal obviamente. El mundo está feo. Una de mis nuevas canciones se titula El mundo no es un buen lugar. Esa frustración cuando eres más joven, no diré que vieja, que no lo soy, pero crees que luchas por cambiar el mundo. Luego, caes en la cuenta de que es una miniderrota porque no puedes. Puedes cambiar lo que tú puedas hacer. No podemos dejar de ver, de dar luz, y hay que convivir con la crueldad del mundo. Desde el punto de vista individual qué más se pude hacer. Yo, sufrir.
Quizás el mundo sí es un buen lugar, pero la especie humana no.
-Claro, obviamente. Por el antropocentrismo, el mundo no es un buen lugar. El ser humano no ha hecho que el mundo sea un buen lugar.
Un acertado discurso feminista suyo se hizo viral. ¿Cómo lo recuerda?
-La verdad, lo recuerdo, sobre todo, como comunidad. Cuánta gente se acercó a mí o a abrazarme, con ojos llorosos y unión. Me quedo con eso, con la comunidad.
Salvo la risueña portada de Limones de invierno, en el resto su expresión es reflexiva. ¿Cómo elige una foto de portada?
-Es difícil elegir. Yo las veo haciendo zooms, por ejemplo, hasta que llegue al gesto que creo que personifica lo que hay dentro. Es difícil, pero llega el momento en que lo sabes.
De reivindicar lo orgánico ha pasado a Campamento base. Ha sorprendido su registro sonoro. No es que haya cambiado, sino que Izaro también es ese género musical. ¿Cómo valora esta impresión?
-Completamente. Somos muy diversos. En cada momento sale algo de ti. Mi pianista Grazi y yo estamos leyendo Identidades asesinas, de Amin Maalouf, quien asegura que las identidades son compuestas, que una persona es de muchísimas maneras. No solo somos de una forma, por eso frustra. Es un privilegio ir sacando mi identidad compuesta.
La nueva juventud de Euskal Herria ha roto con el Rock Radikal Vasco, que durante décadas ha sido no sé si una dictadura, pero casi todo pasaba por la distorsión. ¿Nueva era?
-Ahora mismo, Euskal Herria vive culturalmente una primavera. Hay mucha variedad, mucho talento, mucha vida, complicidad, colaboraciones… Es un ambiente muy bonito. Hay mucha música. ¡Está muy guay!
Se evoluciona con menos prejuicios. ¿Más libres?
-Es normal. Todo es un poco circunstancial. Lo que se crea genera realidades más libres en muchos aspectos y se dan otras realidades. Tecnológicamente también es todo más accesible.
Una joven mexicana comentó hace pocos años que en Euskadi se viste de forma diferente que en el Estado o en su país. Volvió recientemente y aseguró que algo había pasado, que los vascos vestimos ya como en el Estado o en México. ¿Nos hemos globalizado?
-Hombre, lo que haya o no, la globalización existe. Cada vez estamos más conectados comunicativamente: la tele, internet… conllevan a la tendencia, a homogeneizarse. A ver qué pasa con el paso de los años...
En cuanto a sus letras, se percibe una Izaro poco conocida y a la que le ha acompañado la tristeza durante un tiempo. ¿Qué sentirá cuando pasen los años y las interprete? ¿No volverá a sentir dolor?
-Pues no lo sé, no del todo. Me sentiré tranquila por haberlo hecho. El resto veremos qué siento en el futuro.
En sus discos ha tratado de ir creciendo en el canto. Y siempre con detalles hacia registros agudos. En esta ocasión, ocurre lo contrario. En varias canciones baja a registros muy bajos, muy graves.
-Sí. Ha sido un disco más para dentro. Me salen ciertas sonoridades diferentes según lo que necesite en ese momento.
Manda callar en dos ocasiones en su disco. ¿A quién?
-A mi cabeza y a las situaciones que han hecho que mi cabeza esté un poco turuleta, como los últimos años. La situación causada por la sobreexposición, el ruido de la mediatización.
Hace diez años consiguió aprender a tocar la guitarra arropada por una familia rebosante de alegría. ¿Qué flashes le vienen a la mente?
-Muchísimos. Las botas marrones con las que me fui a Donostia. Y en Delirios aparece: paseaba con sus botas marrones... Cómo en Durango, Dani del Valle me acompañó a comprar mi primera guitarra. Conocer a mis músicos... Tengo muchos recuerdos bonitos.
¿Qué le dio y da Mallabia y qué le está dando Donostia?
-Muchas cosas. Mallabia es un sitio en el que viví una infancia súper feliz, con muchas amigas. Es un pueblo a donde voy y siempre me ayudan y me cuidan. Base de estabilidad. Ir a casa de mis padres y conectar con la naturaleza, el silencio. Donosti me conecta con el ritmo vital mío de ahora, con la música, con la inspiración, con el mar...
De joven decidió no tomar alcohol. ¿Cómo percibe que la sociedad vea la necesidad de si hay algo que celebrar sea con alcohol o, mejor dicho, pasados de alcohol?
-Al final, cada uno hace lo que le apetece. Sí que tenemos como muy normalizado el alcohol, pero cada uno que reflexione sus cosas.
Es curioso que el abstemio tiene que justificar no tomar alcohol.
-No es fácil, pero en tu ambiente, lo importante al final siempre es la compañía.
¿Qué debe a su primera canción, Paradise?
-Mucho aprecio y cariño. Me da mucha ternura.
¿Vuelve a partir de cero?
-Vuelvo a cero, al mismo sitio, pero con perspectiva.
De cero
Nuevo disco.
"En Cerodenero si el público puede conectar con el viaje que he hecho genial y, si pueden conectar con el suyo, mejor. Cada persona tendrá que indagar", advierte Izaro.
Gira.
"Va a ser muy emocianante. Vengo de un año sin tocar en directo y quiero enseñar la aventura que hemos hecho. Evocar la sensación térmica, no que vaya a hacer frío, pero si toda la imagen, abstracción, cómo son las canciones...Tenemos muchas ganas" , asegura la cantante de Mallabia.