Dos neskas veinteañeras, recién planchaditas, curiosean los denominados llamadores de ángeles, unos colgantes redondos que suenan suave, como campana de hadas.
“Dícese que su tintineo llama a los ángeles del cielo para atraer paz y protección”. Explica Margarita que las fiestas marchan, que se trabaja bien.
“Gente hay, pero vienen, miran, preguntan el precio y, si acaso, otro día regresan a por su pulsera, anillo o pendientes preferidos; todavía quedan muchos días de fiestas”.
Zoco árabe
Trae su espacioso puesto de bisutería y otros abalorios desde Murcia y lo decora con mimo cual zoco árabe. “También me pongo un pañuelo en la cabeza”, apunta.
Al igual que Margarita, otros artesanos se mimetizan con el recargado ambiente de telas, coloridos mosaicos y brillantes teteras.
Los intensos olores a hidromiel, coquitos, magdalenas, rosquillas de anís y limón, chicharrones y quesos de cabra despiertan a media mañana el apetito de los vitorianos y vitorianas ávidos de fiesta.
Para cuando las campanas de las cuatro torres dan las doce del mediodía, Yacín y su familia ya han encendido las brasas y dispuesto las pequeñas mesas con mil y un cojines de su restaurante Andalusí.
Sirven y reparten kebab, cous cous y pinchos morunos, pero sobre todo, lo que más gusta es chawarma, “el kebab auténtico”, señala el joven.
“Y, aquí, en Vitoria se consume mucho falafel, como alternativa vegana al kebab; un plato de origen oriental, a base de garbanzos”, detalla Yacín.
Marionetas
La familia despliega desde hace más de doce años su saber culinario en La Blanca, una plaza consolidada en la que ya se ha hecho con una clientela fiel.
Comensales no le faltan, aunque el mogollón comienza a llegar para la cena, hacia las siete-ocho de la tarde y hasta medianoche es un sin parar.
“Hay actuaciones, paseíllos y a la gente le gusta mucho; un ambientazo que en el Andalusí del zoco árabe se mantiene hasta entradas las dos de la madrugada.
El de la plaza Juan de Ayala es uno más de los variados escenarios festivos que ofrece La Blanca. A escasos metros, frente a la escuela de Artes y Oficios, cuatro filas de niños y niñas de no más de 4 años cogen sitio en el suelo y presencian el espectáculo de marionetas que pronto despierta sus primeras risotadas y bromas.
Tanto se meten en el papel que no tardan en conversar con los protagonistas del escenario.
Gasteiz kantuz
“Yo creo que lo gordo ya se ha pasado; es más preparar todo que luego meterte en la movida”, comenta la camarera del bar Juan a una clienta que le nota cara de cansada.
“Qué va”, responde atareada en la cafetera.
Camino de la bertso-saioa del Machete, a cargo de Aroa Arrizubieta, Manex Agirre, Aner Peritz y Saioa Alkaiza, los integrantes de Gasteiz kantuz exprimen su amplio repertorio de canciones populares, pañuelo verde al cuello, frente a la Diputación.
Tanto gusta su cancionero que la gente se detiene a su paso para escuchar durante unos minutos los sones que les retrotraen a sus fiestas de juventud, tan iguales y tan distintas a las que ahora pasean por calles y cantones del Casco Viejo.
Canciones de toda una vida
De riguroso azul marino y blanco, los 35 integrantes de la banda de música de Vitoria refrescan sus gargantas en las petadas terrazas de los bares de La Florida antes de subir al kiosko.
Bajo el escenario ya esperan ordenadamente sentadas en sus sillas decenas y decenas de personas que no se pierden el repertorio musical de cada día a la una del mediodía.
Es un público fiel que agradece el clarinetista José Ángel, ya que no hay nada peor que actuar ante un aforo vacío.
“Todos los días se llena y cuando actuamos en el teatro lo mismo”, apunta clarinete en mano.
Un clarinete en la boca
“En realidad, es fruto de la casualidad, me pusieron un clarinete en la boca como si hubiera sido cualquier otro instrumentos musical; fue mi madre”, explica este miembro de la banda de música de Vitoria.
“En fiestas tenemos un repertorio de música más popular que durante el resto del año, canciones de Vitoria de toda la vida”, avanza.
Sin embargo, la actuación comienza con una suave melodía que acompaña el recital de las neskas a las que la banda invita a subir al escenario del kiosko.
Los cromos que reparte la vida
“Los cromos eran nuestra vida, ya no jugamos a los cromos; hoy la vida los reparte y cada uno de nosotros somos la caja que los guarda. Los doblados saben a dolor, los rotos a pérdida y los bonitos, a niño. Yo sigo guardando mi cromo azul, mi favorito, aquel que nunca sacaba a jugar", continúa el recital.
"Es el mejor cromo de todas las partidas", concluye. El público, enmudecido durante el recital, rompe en aplausos y la banda sube el tono instrumental.
“Interpretar la música es un arte, un concepto, una expresión que, cuando se convierte en tu profesión, pues también requiere mucho estudio y formación”, siente José Ángel.
Ímpetu navarro
No muy lejos de La Florida, los sones llegan de otro escenario tan evocador como el de la banda de música y de los bertsolaris.
En la Senda es otro escenario el que suena a fiesta durante La Blanca, el de las potentes voces navarras que cantan jotas ante un abarrotado parque.
Y es que, cada día de fiestas, La Blanca despliega variados escenarios que huelen, saben y suenan a risas, baile, juerga, diversión y alegría a raudales.
Son escenarios en los que las fiestas de Vitoria se viven y sienten como el más preciado cromo de la infancia.