Faltaba media hora para que empezara en Montehermoso este viernes la presentación de una charla, promovida por el Departamento de Cooperación del Ayuntamiento de Vitoria, que tendrá lugar a las 19.00 horas en este mismo espacio, pero ‘Gervasito’, de un año y siete meses, y su carrito de bebé estaban ya en primera fila.

Allí lo dejo aparcado su madre, Sofía Elface, una de las 11 víctimas de las minas antipersona que protagonizan el libro Vidas minadas, 25 años del periodista y reportero de guerra Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía, entre otros muchos reconocimientos.

  • Dos historias de superación

El salvadoreño Manuel Orellana lleva desde el 12 de diciembre de 1991 sin sus dos piernas por culpa de una mina antipersona que pisó cuando iba al volcán "a cortar café", pero, gracias a su empeño personal, volvió a andar, y a reinventarse haciendo un curso de Corte y Confección que le quedaba lejos de casa, tras recorrer la distancia apoyado por sus muletas, y ha logrado que tres de sus cuatro hijos vayan a la universidad.

Este viernes, a las 19.00 horas, contará su historia en Montehermoso, retratada por Gervasio Sánchez, junto a Sofía Elface, protagonista de su portada, que también perdió sus piernas en Mozambique, y que ha sacado a cinco hijos adelante, sin la ayuda de ningún hombre.

Manuel Orellana, otro de sus protagonistas, también quiso contar su historia porque “me gustaría que los países fabricantes de minas conocieran este proyecto”.

Algunas de las personas a las que ha retratado ya son parte de su “familia universal”, como dice. Un ejemplo es el Sofía Elface, víctima de las minas antipersona, que llamó a su quinto hijo ‘Gervasito’.

–Cuando me dijo Sofía que le iba a llamar así, fue muy emocionante pero es un nombre que a mí me ha traído serios problemas porque cuando era pequeño llamarse Gervasio era raro, difícil de pronunciar y muy fácil de olvidar. Como me daba vergüenza, pedía que me llamaran por mis dos apellidos: Sánchez Fernández.

Pero supongo que sería también un honor, ¿no?

–Sí, me hizo mucha ilusión. Me lo contaron el año pasado, el día que Sofía cumplía en marzo 40 años. Yo había preparado un pequeña fiestecilla con pastelito y vino su pareja y me dijo que querían decirme algo. Empecé a lagrimear. Realmente es algo increíble porque conocí a Sofía en 1997, con 13 años y tiene 41.

Fue por una llamada de una revista del corazón cuando empezó a hacer estos reportajes de las minas antipersona.

–Sí. En 1995 ya había presentado el reportaje El cerco de Sarajevo, un trabajo en formato de libro y de exposición. Estaba en un momento dulce de vida profesional porque estaba teniendo bastante impacto el trabajo. Yo era ya conocido. Llevaba más de una década trabajando en zonas de conflicto, pero estaba cansado de que los muertos se acabaran presentando en forma de suma de ceros: 1.000 muertos, 10.000, etc. Y quería buscar cosas distintas. De repente, una revista del mundo del corazón, en septiembre de 1995, me llamó. Lo hizo la secretaria, ni siquiera fue el director o el redactor jefe, para hacerme la propuesta de que eligiera el país del mundo que quisiera, que me iban a pagar todos los gastos, y que me iban a pagar los honorarios, no solo decentes, sino por encima de lo normal. Eran tiempos en los que se ganaba mucho dinero con el periodismo, pero yo, al principio, dudé mucho.La revista no solo no me gustaba, me parecía una de las más sensacionalistas, pero era una oportunidad. Me fui a Angola. Estuve allí tres semanas e hice la historia con un chico de 15 años llamado Chimoco, que perdió una pierna cuando era un niño y su padre también murió por la explosión de una mina. Volví y solamente pacté con la revista que no me podían tocar ni una sola línea y que la edición gráfica la hacía yo. Y lo publicaron y no solo eso, sino a través de cuatro números distintos, en plan serial, así que al final apareció durante un mes casi seguido junto a Lady Di, que en ese momento, era la estrella de la prensa del corazón. La leyeron cuatro millones de personas. Fue algo sorprendente que una revista para mí no era un referente, ni mucho menos, hizo el trabajo que tendría que haber hecho un medio de comunicación de referencia, lo que da una idea clara de en qué situación (por los medios de comunicación) estábamos ya en los años 90.  

Aunque ha cubierto un montón de conflictos armados, ha reconocido que el de Yugoslavia es el que más le impactó. ¿Por que razón?

–Sé el número de conflictos que he hecho porque hace tres años, cuando publiqué el libro Violencias, mujeres, guerras, al elegir las fotos, me asusté mucho porque había imágenes de 26 conflictos armados. Ha sido un oficio durísimo: he visto a gente matar en Ruanda, a gente morir en Somalia, bombardeos supersalvajes en Kabul, comportamientos deleznables de los soldados israelíes sobre los soldados palestinos... He visto guerras civiles en Centroamérica y Sudamérica y dictaduras militares haciendo de todo, pero una guerra en el patio trasero de la Europa de Maastricht... Fue la guerra de Bosnia-Herzegovina y la desintegración de la antigua Yugoslavia, parecía que no podía ser posible. Y en cambio, cuando estamos hablando de la Europa Unida, de la de Maastricht, en pleno proceso, apareció, de repente, un conflicto en el patio trasero de Europa y un país, que hoy son Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Servia, Montenegro y Kosovo. Un país, donde se hablaba mejor inglés que el nuestro, en el que se jugaba mejor al baloncesto y al balonmano que el nuestro y un país que estaba mejor preparado para hacer la transición del comunismo a la yugoslava al capitalismo, con muchas fabricaciones de coches y de electrónica. Y muchos trabajadores yugoslavos, además, iban a Alemania y mandaban remesas. Y eso saltó en mil pedazos porque los puentes de convivencia entre las comunidades se empezaron a resquebrajar por los insultos, las luchas fraticidas y muy importante: No fue una guerra étnica, porque todos eran eslavos, y a pesar de ello, se mataron con un ímpetu y una velocidad tremenda. La manipulación del lenguaje de la guerra fue tremendo y al final mucha gente mataba, en función de lo que había ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, que fueron matanzas tremendas.

Tanto le marcó ese conflicto que hizo un documental mostrando el reencuentro con las personas a las que fotografió en el Asedio de Sarajevo.

–Claro. Lo que yo intento hacer con este tipo de trabajos es recordarle a los ciudadanos a la audiencia, o a quien quiera interesarse, es que no se puede fragmentar el dolor en función del momento mediático. Ahora nos interesa Ucrania, ¿ySiria? Si está vapuleada ¿y Afganistán? En 2021, cuando los talibanes llegaron al poder, hubo una orgía declarativa en España, incluyendo el País Vasco, que daba vergüenza ajena, con personas que jamás de los jamases se han interesado por Afganistán. Incluso personas de los medios de comunicación con los que trabajo, con los que me costaba un milagro para abrir un hueco y hablar de Afganistán. Empezaron a ponerse medallitas y a decir que había que luchar por la justicia y derechos de las mujeres, cuando los de ellas están jodidos desde hace 40 años. Entonces, yo necesito muchas veces el anclaje moral para seguir creyendo en este oficio, que me ha defraudado muchísimo, porque los medios de comunicación han dejado de vigilar los ataques del poder político y económico. En la Comunidad Autónoma Vasca hay un montón de empresas armamentísticas y todo el mundo se calla, pese a que tiene un interés de cooperación internacional, ecologista y de derechos humanos, mucho más avanzado que otras comunidades y resulta que este tema es tabú porque están implicados los gobernantes, los banqueros y los empresarios vascos.

También afirma que las guerras no acaban cuando dice Wikipedia, sino cuando se superan sus consecuencias. ¿Ha pasado página usted?

–Las secuelas por el impacto de la violencia están ahí, yo he sufrido estrés postraumático. Pero lo que intento es buscar mis propios equilibrios emocionales. Si todas esas personas que han visto de cerca la muerte, han sobrevivido, he querido documentar esas historias para demostrar que aunque el hombre es incapaz de vivir sin la violencia, al mismo tiempo la lucha por la supervivencia es colosal.Es heroica.