Los padres y hermano de la víctima explicaron que el joven “tenía reconocido un grado de discapacidad del 65%”, que era visible y reconocible a simple vista, al padecer “un trastorno generalizado del desarrollo y un trastorno obsesivo compulsivo”. Un joven “dependiente, vulnerable y fácil de engañar”, ya que “no era capaz de razonar ni podía ver las intenciones de las personas que tenía alrededor”, describieron, para asegurar que “hablando 30 segundos con él, te dabas cuenta de su discapacidad”.

El progenitor calificó la relación de ambos como de “conveniente” para el procesado, ya que su hijo “no quería ir con él, pero volvía a ir amenazado”. “Empezó a llegar a casa en malas condiciones, a causa de tomar pastillas. Me contó que quedaba con un amigo que solo quería tomar pastillas. Le dije que no fuera con él y él respondía que no iba a volver a ir, pero volvía”, lamentó.