La multiplicación de herramientas de comunicación y plataformas de difusión de contenidos informativos a través de redes sociales ha proyectado a un nivel sin precedentes el intercambio de mensajes y la socialización de relatos. La virtud de la accesibilidad universal y la potenciación de la inmediatez tiene aparejada la penitencia del débil control de veracidad de los contenidos y crea el caldo de cultivo propicio para orientar y manipular a la opinión pública con intenciones espurias. La tragedia provocada por la DANA en el Levante español ha sido el marco en los últimos días de una multitud de ejemplos de desinformación difundida intencionalmente y viralizada a través de réplicas no necesariamente cómplices con la intención de los autores del bulo, pero que se convierten en colaboradores necesarios para la manipulación de sentimientos y criterios con voluntad de obtener un rendimiento. Aquí operan el marco personal –por el ego mal entendido de solazarse en la espectacularidad, que alcanza también a no pocos profesionales de la comunicación cuya dejadez deontológica demanda una reflexión severa en la profesión– y el político –mediante la construcción de relato con el que desgastar al rival y debilitar ante la opinión pública la confianza en sus capacidades al objeto de sustituirlo en el ejercicio del poder–. En ningún caso la difusión intencionada de hechos falsos es inocente y mucho menos disculpable. La responsabilidad de los gestores de las redes y plataformas llega con dificultad a corregir el uso malintencionado de las mismas, pero no cabe perder de vista que también se está asentando una tendencia a primar el negocio inherente. Paradigmático es el ejemplo de Elon Musk y su red social X, en la que el magnate, con la excusa de crear un espacio de libertad, ha permitido que campen a sus anchas la desinformación y la mentira, facilitando que la red sea marco de las peores prácticas en materia de acoso individual y colectivo y difusión de mensajes de odio. Y todo ello soportado por su decisión consciente de eliminar los mecanismos de control y veracidad de los contenidos. Además de recordar a los usuarios su responsabilidad –a la hora de sumarse consciente o inconscientemente a las campañas de bulos– debe restaurarse el rigor en el código de prácticas de la información profesional o dejará de ser refugio de la verdad.
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