El cordón sanitario democrático puesto en marcha por el centro y la izquierda franceses para evitar que la extrema derecha lograse la mayoría suficiente para gobernar ha funcionado en la segunda vuelta de las elecciones galas celebrada ayer. La decisión tomada por parte de más de doscientos candidatos de retirarse con el objetivo de concentrar el voto alternativo a la formación Reagrupamiento Nacional (RN) liderada por Marinne le Pen, impecable desde el punto de vista de la de estrategia política en defensa de los valores democráticos, ha impedido incluso la victoria ultraderechista que parecía indiscutible y ha logrado también espantar el fantasma de una posible mayoría que diese el gobierno a Jordan Bardella, el delfín y alumno aventajado de Le Pen. La alta participación registrada en esta segunda vuelta estuvo a la altura del desafío al que se enfrentaba, y aún se enfrenta, el país, y la ciudadanía respondió de manera contundente. Ello no obsta para constatar que la opción de la extrema derecha ha vuelto a estar a punto de asaltar el poder en Francia por primera vez en su historia, lo que confirma también la ola que acecha peligrosamente a toda Europa. Esta victoria de la izquierda y el macronismo frente al RN es, pese a los titubeos, un triunfo de las fuerzas democráticas galas, que han dejado de lado sus diferencias para ofrecer una opción antiultra que es también un espejo en el que debe mirarse el resto de Europa, y especialmente el PP en el Estado español, cuya trayectoria está siendo precisamente la contraria con mayor acercamiento a los postulados de Vox. El freno a la ultraderecha debe hacerse con propuestas, planteamientos, valores y programas que respondan a las inquietudes y necesidades de una ciudadanía cada vez más defraudada de la política, con los sectores menos favorecidos aún con más dificultades y alejada de los grandes partidos, un caldo de cultivo perfecto para que surjan y crezcan el extremismo y el populismo. Tras los resultados de estas elecciones, la Francia democrática gana pero encara un periodo de alta incertidumbre. En primer lugar, para formar un gobierno sólido, coherente y estable, necesariamente entre fuerzas ideológica y estratégicamente diferentes. La fuerza lograda por la extrema derecha puede condicionar las políticas y el rumbo, con un presidente, Emmanuel Macron, no del todo agotado.