El acto de jura de la Constitución por parte de la heredera a la Corona española debe servir para reflexionar de nuevo sobre la institución. Es un debate pendiente que emana de la sucesión irregular en la Jefatura del Estado desde la dictadura y que sigue sin pasar por el tamiz legitimador de las urnas. El modelo de Monarquía Constitucional no adquiere su vigencia de la voluntad popular directa sino de la decisión política pilotada por las estructuras del régimen anterior. El hecho de que sea un modelo que reproduce el de otros Estados europeos –Reino Unido, Bélgica, Países Bajos, Noruega, Dinamarca y Suecia, a los que se añaden los principados de Liechtenstein, Mónaco y Luxemburgo– no sirve por sí solo para superar el anacronismo del persistente derecho de sangre como procedimiento de acceso a la Jefatura del Estado. De hecho, la escenografía en torno a actos como el celebrado ayer convierte a la Corona más en un mecanismo de inmutabilidad que en uno de cohesión. La elección de la parafernalia militar, con desfile incluido, habla más de la encarnación de la fuerza como mecanismo de estabilidad que de la adhesión libre a un proyecto de convivencia. No hay atisbo de plurinacionalidad ni de respeto a la diversidad sociocultural en un desfile militar como no lo hay en la construcción de una simbología paternalista de la Monarquía hacia la ciudadanía, que obvia la existencia de derechos individuales y colectivos que no emanan de la Corona sino de su propia condición humana y la voluntad democrática. A nadie puede escapar tampoco la condescendencia con la que la institución permite su apropiación por parte de una sensibilidad nacionalista española excluyente de otras sensibilidades. En el caso de Leonor de Borbón, la princesa de Asturias lo es también de Viana y de Girona, como su padre, Felipe VI, ostenta los títulos de rey de Navarra, Señor de Vizcaya y, curiosamente, rey de Jerusalén. En tanto cualquiera de estos títulos es deudor de un pasado desbordado, solo el refrendo legitimador de las mayorías democráticas que no se han podido manifestar en cada uno de esos ámbitos los dotaría de algún sentido. De no ser así, la Corona seguirá siendo la estrella del parque temático de la uniformidad española, junto a la bandera, el himno y, significativamente, las fuerzas armadas.
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