Más allá de la habitual efervescencia de carácter puramente nacionalista –en general, excluyente– que suele tener lugar en el Estado ante distintos eventos, el histórico triunfo de la selección española femenina de fútbol proclamándose campeona del mundo en Australia ha vuelto a poner el foco en el importante auge que ha cobrado en los últimos tiempos no solo el balompié, sino, por extensión, el deporte practicado por mujeres. La propia organización del Mundial, la extraordinaria calidad técnica y deportiva mostrada por todos los equipos, la asistencia y cobertura mediática de los diferentes partidos y el seguimiento en forma de millonarias audiencias televisivas que se ha ido registrando –sin llegar en absoluto a los datos de las versiones masculinas– reflejan el paulatino pero muy relevante cambio que se está produciendo, con excepciones, respecto al fútbol femenino en las sociedades a nivel planetario. No les ha resultado nada fácil a las jugadoras ni a buen seguro lo tendrán sencillo aún a corto y medio plazo. El deporte practicado por mujeres, y en especial disciplinas como el fútbol, sigue viéndose en muchos ámbitos como un intruso. En absoluto lo es. Solo la presión de las deportistas y de parte de la sociedad ha provocado que los clubes –y en este aspecto los equipos vascos han sido pioneros y ni pueden ni deben quedarse atrás– se hayan visto obligados a apostar en serio por el fútbol y el deporte femeninos. Pero sin duda hace falta aún mucho más. En concreto, las futbolistas españolas llevan varios años de lucha por sus justas reivindicaciones profesionales, salariales y de reconocimiento social. Ya en 2019 convocaron una huelga y recientemente han tenido conflictos de carácter interno. El éxito deportivo como es la consecución de un Mundial es un arma de doble filo. Puede ser un gran revulsivo que afiance el salto cualitativo y cuantitativo que las futbolistas y las mujeres deportistas merecen logrando el apoyo social e institucional a la altura de su nivel real o convertirse en un lastre, dados los muchos enemigos que aún tiene dentro del modelo machista y patriarcal al que algunos quieren anclarlo. Por otra parte, es obligado también seguir reivindicando la oficialidad de la selección femenina vasca de fútbol así como la del resto de combinados, y el necesario impulso social e institucional, imprescindible para lograrlo.