Alberto Núñez Feijóo ganó las elecciones del 23-J pero las expectativas infladas y la estrategia de consolidar poder por encima de un programa claro le tienen en la antesala de la derrota tras el baño de realidad que ha recibido por parte del PNV con su negativa a propiciar su investidura. Adems de desmentir la campaña de quienes han vinculado contra la verdad a los jeltzales con el bloque de la derecha, el paso firme dado por Andoni Ortuzar desmonta la presunción de que la ola de cambio en el Estado era imparable. Alimentaron esa impresión los intereses económicos y mediáticos que respaldaban la doble estrategia de Núñez Feijóo de golpe de timón en la fiscalidad, hacia un modelo ultraliberal a costa de servicios públicos, y de recuperación de un sentimiento nacional español opuesto a la diversidad sociocultural y plurinacional del Estado. En el marco de un desgaste y desmovilización del votante de izquierda, por un entorno difícil y por errores propios de los emblemas más mediáticos de la coalición PSOE-Unidas Podemos, ese escenario era factible. Pero el PP ha tenido más prisa por gobernar que por preservar principios asentados en la sociedad española y ha reactivado un voto aún suficiente para poner límites al deslizamiento institucional hacia la extrema derecha. En esta tesitura, Núñez Feijóo se equivocó al permitir que su partido se haya equiparado a las derechas populistas. El presidente del PP tiene que decidir si sigue en esa dirección, que le exigiría hacer desaparecer a Vox y concentrar ese 45% de votos que, en una determinada distribución, han otorgado mayorías absolutas en el pasado. Pero, hoy, su techo son los resultados del domingo que no le dan la mayoría suficiente para gobernar, a expensas del voto exterior. Esa apuesta ha venido rigiendo la opinión mayoritaria en su sede de Génova, donde el propio Feijóo tiene su liderazgo siempre bajo la lupa. Así, su horizonte personal se cruza con el rumbo de su partido y, hasta la fecha, no ha sabido o no ha querido orientar el espectro ideológico hacia el centro, lo que le aleja de cualquier otro socio que no sea la ultraderecha. El futuro del PP está, en consecuencia, sometido a los vaivenes de su propia estabilidad interna y está por ver si su presidente dispone de la mano firme para marcarle un rumbo diferente de la actual colisión con todas las demás sensibilidades políticas.