El triunfalismo que pareció acompañar al presidente del PP, Alberto Núñez-Feijóo anoche en la sede de Génova no se compadecía con el escenario que dejan las urnas en el Estado. La respuesta en clave de movilización del voto reactivo a la coalición de facto PP-Vox hace imposible el gobierno de mayoría absoluta que pretendían. El PSOE ha resistido el embate y aprovechado el temor a las políticas que la extrema derecha está imponiendo pero no tiene un escenario sencillo para gobernar. Desde luego, no podrá hacerlo de espaldas a las realidades territoriales de las sensibilidades nacionales vasca y catalana. La representación del soberanismo, pese a padecer un fuerte desgaste por la polarización entre los tándem Sánchez-Díaz y Feijóo-Abascal, volverá a ser referencia central y pone de manifiesto una vez más que la plurinacionalidad, la pluriculturalidad y el derecho a la convivencia desde la diferencia no van a quedar laminados por deseo de una percepción centralizadora del Estado. El presidente del PP reclama para sí un liderazgo en el Estado que le niega un 55% de los votantes y que le cuestiona incluso internamente la militancia que, en pleno discurso de la victoria coreó el nombre de Isabel Díaz Ayuso interrumpiéndole. En el lado del PSOE, la derrota dulce y la eventualidad de trabajar para reeditar la mayoría que le permitió gobernar en la última legislatura, no deberá ocultarle que los retos a la vista le exigen mucho más grado de fiabilidad en el cumplimiento de sus compromisos, más estabilidad en el marco de sus decisiones y renunciar a la escenografía cortoplacista que ha marcado en demasiadas ocasiones la práctica de gobierno de Pedro Sánchez y que dificulta acometer las transformaciones que reclama la situación. El electorado ha puesto freno al crecimiento de la ultraderecha y también ha situado a Yolanda Díaz como una fórmula complementaria pero desgastada por una acción de gobierno errática en demasiadas ocasiones. Hay un espacio entre ambos bloques que los partidos bisagra pueden seguir trabajando. Las agendas territoriales pueden ganar espacio en tanto no habrá estabilidad posible sin los partidos de obediencia vasca y catalana. Los líderes referenciales del soberanismo en ambos territorios –PNV y ERC– han sufrido la percepción de voto útil para frenar a la ultraderecha pero tienen la manija de la gobernabilidad.