Aunque todo parezca sometido estos días al tamiz de la campaña electoral, hay temas que trascienden a ella, que son anteriores, serán persistentes a continuación y deberían ser tenidos muy en cuenta a la hora de configurar la elección de los principios por los que se va manejar el próximo gobierno del Estado. En ese sentido, sería profundamente injusto reducir el de la violencia machista a un mero debate semántico –intrafamiliar, de género, etc– como lo sería disfrazarlo de la retórica manipuladora que impregna el discurso negacionista de la extrema derecha. La violencia machista es un gravísimo problema social que cuesta vidas –otras 28 al menos en lo que va de año– que destroza otras –otros 33 menores huérfanos por el feminicidio de su madre y, en ocasiones, el suicidio posterior de su padre– y que condiciona el día a día de miles de mujeres sometidas a protección, a limitaciones en su movilidad y a la amenaza continua. No estamos ante la criminalización del género masculino por reconocer en voz alta que hay una masculinidad entendida como imposición física. La protección de este tipo de actitudes, la minusvaloración de sus consecuencias, es un lastre que trasciende la inasumible restricción de libertades de demasiadas mujeres y alcanza al propio modelo social de convivencia y respeto de los derechos hasta derivar en otras expresiones violentas que victimizan a otros colectivos y personas, no solo por razón de género. Pero el primer elemento que aflora es, precisamente y a edades muy tempranas, esa cosificación de la mujer que acaba siéndolo de todo el que no comparte la actitud de manada con la que se construyen determinadas actitudes, que en demasiadas ocasiones hacen aflorar en el debate retórico otras fobias explícitas. Así, es preciso alzar la voz y señalar a quien, como el número 1 de Vox en Valencia, reacciona al asesinato de una mujer con la propuesta de vigilar mejor las fronteras, como si no sobraran casos de sus compatriotas en actitudes machistas, agresivas o directamente feminicidas. Iruñea, y tras ella todos los municipios que irán viviendo sus fiestas este verano, encara el fenómeno de la agresión sexual en el marco de las mismas –15 denuncias y 11 arrestos en solo tres días–. La respuesta no soporta ambages ni matices. Es una cuestión de firme intolerancia colectiva hacia el machismo.