LA desafección política es un problema incuestionable de las democracias maduras y el caldo de cultivo de los populismos a costa de eslóganes y promesas que acaban revelándose quiméricas. Por la derecha y por la izquierda, los extremos han abrazado esa estrategia que consiste en desprestigiar al rival político mediante el insulto y a desconectar los conceptos de la realidad a base de frivolizarlos. Humoradas y agresividad verbal conviven en esa dinámica que también facilita el distanciamiento de la ciudadanía al lodazal sin soluciones. La próxima campaña a las elecciones generales comienza con un paso al frente en esa dirección por parte de EH Bildu. La pretendida campechanería de un vídeo en el que se ofrece como “protección antifascista” es, además de un populismo de manual, una pretensión de construir una postverdad sobre el fascismo, frivolizando con su gravedad y tratando de asociarlo a sus propias obsesiones, que se concentran en el PNV. No se trata ya de que insultar –“mosca cojonera”– al candidato jeltzale Aitor Esteban sea profundamente desafortunado y se pase de la frenada de lo jatorra. Ni siquiera que la falta de originalidad les lleve a plagiar el formato y la idea central de una campaña anterior del propio PNV. Lo censurable del asunto es la intención indisimulada de manchar más de un siglo de trabajo democrático. Un trabajo siempre estrictamente político, siempre liderando la construcción nacional con estructuras de autogobierno ganadas en buena lid, desde el respeto y la limpia pugna ideológica, sin amenazas ni señalamientos, sin coerciones ni acosos propios del fascismo en una trayectoria impoluta que muchos recién llegados a la cultura democrática no pueden reivindicar para sí. El lodazal de hacer tabla rasa y acusar de antidemocráticas a todas las sensibilidades de país que no pasen por el tamiz de la conveniencia de Sortu y el silencio cómplice de sus socios mide la calidad democrática de la propia coalición. El error debería ser admitido y propiciar una pública disculpa y, en su caso la sanción a quien ha practicado el discurso fake. Lo contrario, no rectificar, es una vieja, lamentable y dolorosa herencia de la costumbre de la izquierda autocalificada de abertzale de extender certificados de patriotismo vasco y señalar a los “enemigos del pueblo” con las consecuencias de todos conocidas.