La historia del refresco en España es la historia de KAS, el invento gaseoso que revolucionó el consumo de varias generaciones y que nació precisamente en Vitoria en 1952, en una pequeña fábrica de gaseosas y hielo situada en la confluencia de las calles Cercas Bajas y Beato Tomás de Zumárraga, y cuyo alma máter era José María Knörr Elorza, nieto e hijo de emprendedores que con el tiempo se convertiría en una de las referencias incontestables de la revolución industrial alavesa. El prolífico empresario, tercero de seis hermanos, falleció el pasado lunes a los 95 años. Su funeral tendrá lugar hoy miércoles en la parroquia San Pedro Apóstol a partir de las 19.30 horas.

La desaparición de este empresario supone el final de una exitosa e inigualable saga de emprendedores alaveses. El fallecimiento de sus cinco hermanos -Román, Lola, Pili, Luis y Javier- confería desde hace tiempo al propio José María el apellido de superviviente o el de "último mohicano", como reconocía ayer a este periódico su sobrino Román Knörr, expresidente de Confebask y la Cámara de Comercio de Álava y el último de la estirpe que todavía hoy mantiene una cierta relación con el sector de las burbujas -preside desde hace años la sociedad Carbónicas Alavesas, distribuidora de gran parte de los productos de Pepsico, entre ellos los refrescos de KAS-.

Con José María comenzó la aventura y con él termina la historia. El adiós a la la última burbuja de aquel imperio que fue KAS y que el propio protagonista alimentó desde que cumplió 16 años, cuando se hizo con las riendas de la fábrica de sifones, hielo y gaseosas que su padre, fallecido sin cumplir los 40, fundó en 1926 bajo la marca El As. Estudios básicos en Marianistas y ciertas nociones de mecánica en la antigua Ajuria fueron suficientes para reflotar el negocio. Sólo la Guerra Civil, que le alejó seis años de Vitoria, impidió un desarrollo más rápido de los sueños de este joven emprendedor. Recogido el petate regresó a casa. A la fábrica de Cercas Bajas donde el panorama fue desolador. Así que volvió a remangarse y empezó de nuevo. Con "mucho esfuerzo, ingenio y humildad", apunta su sobrino Román. Sin recursos ni dinero tiró de instinto para sobrevivir. Y así logró resucitar la planta fabricando los tapones con latas de conserva usada, reparando él mismo la maquinaria o consiguiendo piezas de estraperlo en Francia. Tesón y supervivencia.

Legado empresarial

Diversificación e innovación

Y salió adelante. Diversificó el negocio -fabricaría después licores y perfumes- y se pluriempleó como vendedor muebles y tasquero los domingos junto a su mujer, Blanca de las Heras, y sus hijos mayores en el bar de la Casa Social Católica. La recompensa no tardaría en llegar. En 1949 conseguiría la exclusiva para Álava de la bebida Chumbo y tres años después creó el que, a la postre, sería el producto que marcaría el futuro de la compañía. Un concentrado de frutas que bautizó como Zumo de Naranjas El As, que poco después sería rebautizado como KAS, en homenaje a la inicial del apellido de la familia. El éxito fue atronador y José María optó por reunir a sus cinco hermanos y su madre en una misma sociedad para explotar el negocio. A partir de ahí nació la leyenda de KAS. "Un protagonista excepcional en la revolución industrial de Álava", recordaba el exlehendakari Ibarretxe durante el acto conmemorativo del 50º aniversario de la marca, que tuvo lugar en junio de 2006.

Bajo la dirección técnica de José María y la presidencia de su hermano Luis, el crecimiento de la compañía familiar resultó espectacular. Surgieron nuevos productos (limón, cola, tónica, bitter sin alcohol...) y se multiplicaron las fábricas. Hasta que en 1992, en el año de la Olimpiada de Barcelona y la Expo, el gigante norteamericano Pepsico se hizo con el 100% de la compañía, clavando una espina en el corazón de su fundador que ni tan siquiera las plusvalías de aquella operación pudieron aliviarle la pena de entregar a terceros el negocio de toda una vida. Padre de ocho hijos, 23 nietos y 18 biznietos y amante de la fotografía y la caza, Knörr Elorza deja un legado empresarial de incalculable valor, un refresco de optimismo embotellado con el único código que siempre fijó su rumbo: el del esfuerzo y el trabajo bien hecho.