Agurain - ¿De tal palo tal astilla? Habrá que verlo, pero es lo que pretenden representar los Murguialday. Javier y Jokin, padre e hijo, aceptando la llamada de este periódico para desgranar lo que esta familia siente por la bicicleta. Más de media hora de conversación en una fría tarde de diciembre en Agurain da para analizar, entre otras cosas, cómo ha evolucionado este deporte y de los consejos que la experiencia ofrece a la juventud. El progenitor fue un buen gregario que a finales del pasado siglo levantó los brazos en tres ocasiones -Valles Mineros, Challenge de Mallorca y Tour de Francia-, mientras que el vástago quiere alcanzar el reto del profesionalismo e incluir de nuevo este apellido alavés entre la élite ciclista unas cuantas décadas después. En un deporte tan sacrificado como el ciclismo cualquier detalle cuenta, aunque es claro que tiempos pasados en este caso fueron más complejos que los actuales. No había tantos adelantos tecnológicos ni comodidades en cuanto a la preparación como las que se ven hoy en día. Ni tan siquiera los kilometrajes de las carreras de ahora se parecen a los de entonces.

Bien lo sabe Javier, que fue profesional durante nueve temporadas. Dio el salto al mítico KAS en 1986 para después fichar por BH -casualmente dos marcas vitorianas y muy ligadas al mundo del pedal-, pasando posteriormente la estructura de Javier Mínguez a contar con el patrocinio de Seguros Amaya. El último curso como ciclista lo completó Murgui en la Fundación Euskadi. Corrió seis Tours, otras tantas Vueltas y estuvo en dos Campeonatos del Mundo con la selección española. Una trayectoria competitiva francamente interesante para ser un buen gregario.

Con apenas 18 años Jokin ya ha sido citado por el combinado nacional para disputar este curso el campeonato de Europa en la República Checa. Es una forma de ponerse en el candelero. “Para mí era muy importante que a mi hijo le gustara el mismo deporte que había hecho yo, con lo que puedo decir que sigo disfrutando de la bici, aunque ya no me deje entrenar con él”, se arranca Javier mientras apura una infusión. Y es que desde pequeñito ha convivido con una bicicleta a su lado. Su vida no sería lo mismo sin dar pedales todos los días. Así que esa pasión es lo que ha trasladado durante estos años a sus hijos, pese a que Amaia ahora no quiere saber nada del ciclismo. “Soy un adicto a este mundillo. Me gusta analizarlo y seguirlo de cerca. Y que encima tu hijo esté funcionando y veas que las perspectivas que se han creado entorno a él se van cumpliendo es lo más grande que te puede pasar como padre”, afirma con orgullo. Eso sí, cada cosa a su tiempo. No es cuestión de precipitarse. Ponerse obligaciones como la de llegar sí o sí al profesionalismo no es algo que repercuta positivamente en el rendimiento de Jokin. “Cualidades tiene, pero hay que trabajar mucho día a día y hacer las cosas bien”, incide el padre.

Calmado y escuchando atentamente a su lado, el joven corredor sabe que le queda mucho por delante para culminar su sueño. “No quiero agobiarme. Es pronto y aunque hasta ahora las cosas me van bien, es claro que lo importante todavía está por demostrar. Ganar carreras en juveniles te sirve para encontrar un buen equipo en amateur, pero donde hay que dar el callo es a partir de ahora”, reflexiona Jokin con un suave tono de voz. Nueve temporadas ya desde que se enfundara por primera vez en la escuela de ciclismo de Arabarrak un culote y un maillot. La convocatoria de la Federación Española para estar en tierras checas no ha sido fruto de la casualidad, sino más bien de la causalidad. Seis victorias y el triunfo en la general de a Vuelta a Álava adornan su segundo año como juvenil. “La que más ilusión me hizo fue la de Durango, porque el primer año de júnior no gané ninguna carrrera y era la primera que lograba. También la de Agurain por ser la de casa”, reconoce Jokin, quien no esconde que últimamente obedece poco lo que le dice su padre. “Me da muchos consejos, pero otra cosa es que le haga caso. Muchas veces haces más caso a los de fuera”, apunta, mientras Javier ríe abiertamente.

comparativas inevitables Situaciones de la vida, pero para sí quisieran muchos jóvenes tener una buena enseñanza en casa de lo que es el ciclismo. Más con la complejidad que muchas veces rodea al mundo del deporte, donde dos más dos no son cuatro. No por muchas horas de entrenamiento se ganan carreras o uno llega al profesionalismo. “Hay que tener paciencia y saber qué preparación física llevar. Al final se da cuenta muchas veces que el padre algo sabe. Cuando necesita consejos de verdad viene a donde mí a preguntármelo”, desvela el tutor. Son inevitables las comparaciones de antes con lo de ahora. Es obvio que uno de los temas de la conversación versa sobre las dificultades de ser profesional hoy en día o hace treinta años. “No creo que fuera más fácil en mi época dar el salto. Lo que sí es verdad es que actualmente damos más facilidades a los chavales para que entrenen. En mi época lo compaginábamos con el trabajo y entrenabas lo que podías. Hoy en día tienen más apoyo por parte de los padres y los equipos. Luego ya pasar es otra cosa, porque los equipos lo que valoran son las exhibiciones que un amateur puede hacer, más que las carreras que gane. A esa edad un ciclista está por hacer y se tiene más en cuenta que uno arranque para arriba y no le siga nadie”, manifiesta con algo de crítica Javier.

La perspectiva de los años le permite analizar con cierta claridad los cambios que se han producido en el mundo del pedal en las últimas décadas. No sólo en cuanto a la preparación y las nuevas tecnologías, sino también los kilometrajes o los días de competición que tiene cada ciclista. “Hay mucho preparador en los equipos y tampoco creo que sea la piedra filosofal. Es cierto que tienes más datos e información de cada deportista, por las pruebas de esfuerzo y demás, pero en algunos casos puede ser hasta contraproducente. En toda estructura se necesita toda clase de corredores, que suban bidones, que llaneen o que protejan a su sprinter”, desvela Murguialday, a quien como corredor le gustaban las etapas largas y duras, algo que hoy echa en falta.

entrenar sin competir Hablando de preparaciones, Jokin reconoce que el salto a la categoría amateur le ha llevado a introducir algunos cambios en su rutina. “Nunca había entrenado con potenciómetro o con un preparador. Ahora me toca aprender a mover los vatios y hacer test. Seguro que es más efectivo”, aventura mientras ansía el arranque de la competición. Y es que entrenar durante casi tres meses pero sin carrera alguna no resulta fácil de llevar. No se asusta porque las pruebas a partir de ahora tengan más kilómetros. Al contrario. Se encuentra más a gusto subiendo y las contrarreloj las ha cubierto con nota. Echa en falta este invierno no poder disputar alguna prueba de ciclocrós “Una o dos carreras para mantenerme en tensión hubiese querido hacer, aunque igual me viene mejor que sea este año así para coger con más ganas el comienzo en sub’23”. Lleva ya un mes y medio encima de su nueva bicicleta además del trabajo en el gimnasio. La exigencia del Caja Rural se ve desde el primer día. “Me gustaría correr en 2019 la Vuelta al Bidasoa. Siempre se me han dado bien. El último día es el que mejor estoy. No sé si en aficionados me pasará lo mismo, pero en juveniles así ha ocurrido. Noto que los demás van para abajo y yo hacia arriba”, describe al tiempo que su padre apostilla: “Es cuestión de genética. En profesionales eso lo notas en las rondas grandes. En las de pocos días casi todo el mundo va parecido”. Cuando Jokin nació en el 2000 la oferta televisiva era importante, algo que a juicio de Javier ha redundado en un menor seguimiento del ciclismo. “También es cierto que en categorías inferiores en mi época teníamos más pruebas en Álava y salíamos menos a Euskadi u otras provincias. Siendo juvenil la gente del pueblo me paraba por la calle y me preguntaba por cómo había ido el fin de semana”, relata el patriarca de los Murguialday. Tiempos pasados que ahora se funden con el presente, ese mismo que representa su vástago, portador de un apelligo con con label alavés.