“Nos quejamos de que nuestros días son pocos, pero actuamos como si fueran infinitos”, argumentó Lucio Séneca. Al filósofo romano le rebatió Tadej Pogacar que es infinito e ilimitado, pero actúa sabiendo que los días son pocos. Únicos. Irrepetibles.

Disfrutar del presente, del aquí y ahora porque nunca se sabe con el futuro, el destino y los designios, que son veletas de su propia naturaleza, caprichosa y arbitraria.

Como las curvas estimulantes de Superbagnères (12,6 km al 7,5 %), cuya ascensión fue escenario en 1986 de uno de los episodios de la emocionante saga entre Bernard Hinault y Greg LeMond, entonces compañeros, si bien enemigos íntimos, en La Vie Claire, el equipo que construyó Bernard Tapie, el adinerado de la época. La riqueza ahora baña a Pogacar y al UAE. Los nuevos ricos, cargados de dinero.

El bretón reventó en aquellas rampas tras comprometerse en un ataque suicida. Puerta grande o enfermería. Vestía de amarillo, pero la ambición desmesurada le susurraba al oído.

En la cima, Lemond sonrió su conquista. Hinault masticó la derrota. Retuvo el amarillo, pero la decadencia era imparable. El norteamericano lució de amarillo en París.

Thymen Arensman, vencedor. Efe

Los Campos Elíseos están reservados para los fastos de Pogacar, que en la clausura del tríptico de los Pirineos, decidió que Thymen Arensman venciera y abriera el champán de su primera victoria en el Tour. Pogacar, todopoderoso, juega a ser Dios, a situarse por encima de la carrera, del bien y del mal.

Un minuto después de la emoción interior de Arensman, derruido por el esfuerzo, el esloveno esprintó por el segundo puesto para someter a Jonas Vingegaard, al que le encajó cuatro segundos. El danés mostró el colmillo afilado durante la subida, un diente de leche para el esloveno, que ni sufre ni padece, que reside en otra dimensión.

Pogacar manda con 4:13 sobre el danés y 7:53 frente a Lipowitz, que tomó el puesto que dejo vacante Evenepoel, fundido a negro en el Tourmalet, donde se despidió del Tour.

El esprint por ser segundo fue un gesto innecesario para el líder, intocable. Olvidó que días atrás, cuando cayó, el resto del pelotón mandó parar camino de Tolouse por orden del danés y de Evenepoel,

Pogacar, despiadado, quiso evidenciar aún más que es mejor que el danés con un tic autoritario, de soberbia, como si quisiera humillarle y seguir bombardeando su moral con cargas de condescendencia. Sobrado como va, capaz de todo, como un superhéroe, corre el riego el esloveno de convertirse en un villano.

Todo lo dinamita a su paso Pogacar, que felicitó a Arensman, sentado en el suelo, intentando rehabilitarse. Dio la impresión que el esloveno tenía la capacidad de triunfar en Superbagnères, pero prefirió regalar un día de gloria al neerlandés, como esos ricos que no pagan impuestos pero luego hacen donaciones para salir bien en la foto. Era su propina.

En Superbagnéres jadeaba Arensman, en fuga desde las tripas del Peyresourde. Alrededor del rey esloveno, el alfil Adam Yates, se solapan Vingegaard, Lipowitz, Roglic, Onley…. Hasta que el danés, orgulloso, agitando la bandera de la dignidad, se erizó.

Tour de Francia


Decimocuarta etapa

1. Thymen Arensman (Ineos) 4h53:35

2. Tadej Pogacar (UAE) a 1:08

3. Jonas Vingegaard (Visma) a 1:12

4. Felix Gall (Decathlon) a 1:19

5. Florian Lipowitz (Red Bull) a 1:25

6. Oscar Onley (Picnic) a 2:09

7. Ben Healy (Education First) a 2:46

8. Primoz Roglic (Red Bull) m.t.

96. Ion Izagirre (Cofidis) a 37:25

114. Alex Aranburu (Cofidis) a 37:34


General

1. Tadej Pogacar (UAE) 50h40:28 

2. Jonas Vingegaard (Visma) a 4:13

3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 7:53

4. Oscar Onley (Picnic) a 9:18

5. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 10:21

6. Primoz Roglic (Red Bull) a 10:34

7. Felix Gall (Decathon) a 12:00

8. Tobias Johannessen (Uno-X) a 12:33

78. Alex Aranburu (Cofidis) a 2h14:33

83. Ion Izagirre (Cofidis) a 2h18:21

Mostró la cresta de la rebeldía a cuatro kilómetros de la cumbre. Una brizna de aire fresco en un Tour que solo tiene el aroma del esloveno. Pogacar encapsuló al danés.

De nuevo ambos en la intimidad. Mesa para dos. Vingegaard buscaba un imposible. La utopía ante un líder apabullante, que manejaba los hilos de la trama. El gato que juega con el ratón en la niebla.

Atacó Vingegaard, retorcido el cuerpo, cargando hasta con el alma, y Pogacar, que es una estatua, robótica la pose, en apnea, respondió sentado como un paseante con las manos en los bolsillos contemplando la nada, pasando revista a su vida y sus logros mientras el danés moría en cada pedalada. El Tour solo responde al deseo del esloveno.

Abandono de Evenepoel

El etapa reina se descerrajó en el Tourmalet (19, km al 7,3%), conocido como El camino del mal retorno. En el coloso que fija la cartografía y la memoria del Tour, entendió Evenepoel el significado de la montaña. El gigante le cayó encima y vapuleó su organismo, baqueteado en Hautacam y agrietado en Peyragudes, roto en el Tourmalet.

El belga, que era tercero, el mejor joven de la competición abandonó con sigilo después de comunicarse con su coche. En silencio. Una despedida sin drama. Se metió en el coche del equipo y cerró la puerta a la carrera. Skjelmose tampoco pudo continuar, herido. Una caída le dañó y abandono, doliente.

El Tour se enamoró en 1910 de la montaña temible que finiquitó a Evenepoel. Un periodista de L’Auto, Alphonse Steinès, colaborador de Henri Desgranges, el director del diario que inventó la carrera más famosa del mundo, se aventuró a explorar la subida, ignota entonces. Un descubrimiento.

El ingeniero de caminos de Eaux-Bonnes escuchó aquella idea, de aspecto suicida. Una locura. Contestó: “¿Es que se han vuelto locos en París?”. Steinès se adentró en los Pirineos en un Mercedes con chófer. Ascendieron por una ruta impracticable.

A cuatro kilómetros de la cumbre les echó el alto el brazo firme, blanco y frío de la nieve, acantonada en una muralla de hielo y nieve. Steinès, hipnotizado por aquella visión, decidió adentrarse en otra dimensión. Le pudo la curiosidad. Así progresa el ser humano. Descubrió un templo para el ciclismo. Un pasaje para la historia.

Fascinado por el hallazgo, que en realidad fue una penosa aventura, envió un telegrama a Desgranges. Mintió con entusiasmo. Palabra por palabra. Le embaucó. Una mentira descubrió el puerto de montaña más famoso.

“Tourmalet atravesado. Stop. Muy buena ruta. Stop. Perfectamente practicable. Stop. Firmado, Steinès”. Steinès mintió. Octave Lapize, en 1910, fue el primero en hollar la cumbre.

Fuga victoriosa

En el Tourmalet que apabulló Evenepoel más de un siglo después, entró la niebla y abrazó la montaña con ese tacto húmedo, con el velo nupcial, que apenas dejaba entrever el espectro de Lenny Martinez, su maillot de lunares rojos, en solitario, cruzando la montaña.

La lluvia y el frío se recostaron en los Pirineos, tormentosos en verano. El descenso, peligrosos, el asfalto convertido en espejo, llamó a la precaución. Pogacar, el sol en la lluvia, rodada protegido por sus costaleros.

Vingegaard se posó a su lado. La plaza que le correspondía a Evenepoel, la ocupó Lipowitz. Lenny Martinez, fantasmal en la jornada inaugural del Tour, cuando era incapaz de seguir el ritmo del Tour, coronó después el Aspin (5 km, al 7,4%), prensado por la niebla. Kuss y Paret Peintre esposaron después al colibrí galo.

El grupo se empastó con Simon Yates, Carlos Rodríguez, Arensman, Johannessen y O’Connor antes de comenzar el asedio al Peyresourde, (7,1 kilómetros al 8,1%) otra montaña para desgastar lo desgastado.

La paladearon con requiebros de sol hasta que la niebla echó otro capote de humedad y colocó un biombo traslúcido para subir a tientas, siguiendo la cuerda de los ánimos y la claqueta de los aplausos. En el centro de mando del Tour, Pogacar, comodísimo, manejaba el joystick de la carrera bajo la mirada próxima de Vingegaard, dejando hacer.

La agitación removía a los fugados, peleados entre sí. Arensman lanzó su apuesta en la cintura de la montaña. La bajada del Peyresourde era un acto de fe, el pulso elevado, acelerado, sobre una cremallera de asfalto mojado entre la neblina que infería una escenografía gótica. Los jerarcas tamborileaban los dedos para chasquear las piernas en Superbagnères, donde el líder regaló la etapa a Arensman y castigó a Vingegaard.