Tenía muy pendiente la presente reflexión y este domingo se hace ya impepinable ante lo que uno lee y escucha. Porque a un navarro de nacimiento y alavés de adopción le deja literalmente fuera de juego cierto catastrofismo que anida en la sociedad vitoriana en cuanto se tuercen los resultados de Alavés y Baskonia incluso en la élite en la que compiten, lujo auténtico para una ciudad de escasos 250.000 habitantes. Un paraíso deportivo, sí, que permite asistir a tres partidos seguidos de ese nivel a la puerta de casa.
A quienes se enojan por los puntos que se ha dejado el Alavés en lo que va de Liga habrá que recordarles que hace apenas 15 años este club hoy viable en Primera estaba en manos de Piterman, así como que el curso pasado subió en el último minuto y de penalti. Y que con el menor presupuesto de la categoría a estas horas el equipo se encuentra fuera del descenso, el éxito al que se puede aspirar en este momento como cola de león en Primera y cabeza de ratón en Segunda, en función de la suerte que precisan los modestos.
No se trata de resignación sino de realismo, de asumir que el verdadero reto y además mayúsculo estriba en mantenerse arriba un par de temporadas para aumentar los ingresos y poder comprar el gol que procuraría el salto de calidad. Entretanto, el mayor triunfo del Alavés radica en la identificación creciente con la ciudad y con el conjunto del Territorio, acreditada en la legión de niños que visten con orgullo sus colores, y en el sentimiento de pertenencia que encarna más allá de ideologías. Desde el esfuerzo como presupuesto básico de un vestuario comprometido y de una grada sufridora en una comunión forjada en la cultura de la resistencia y la unidad.
Ciertamente, el Baskonia genera expectativas mayores tras 35 años de notable gestión de Querejeta, censurado ahora en algunos foros por recurrir a Ivanovic por cuarta vez como si no hubiera levantado al equipo en el pasado, además de tres Ligas, tres Copas y una Supercopa. Aquí todos llevamos al alimón un entrenador y un presidente dentro, más quienes nos convertimos al credo baskonista con Superbeltza Hollis, pero debemos colegir de salida que hay plantel suficiente para ganar más y sobre todo para defender mejor sin tener que jugar todos los partidos a 90 puntos. Y, como en el caso del Alavés, conviene así mismo no confundir objetivos con ilusiones, pues en ACB lo exigible es arribar a las semifinales ante el poderío futbolero de Madrid y Barça, mientras que en Euroliga los play off constituyen un horizonte más que meritorio por la pujanza económica de turcos, griegos y también ahora balcánicos.
No es cuestión de conformismo y sí de juzgar con un mínimo de objetividad y algo de perspectiva, sin cuestionar el derecho y hasta el deber del socio a la crítica fundamentada, como los medios de comunicación. Y desde el reconocimiento de que Alavés y Baskonia constituyen la marca de Araba y Gasteiz de mayor alcance exterior. Aunque su valor social esencial reside en su rol de catalizadores de la emoción colectiva. Y eso no tiene precio.