El pasado domingo el sol brilló más de lo habitual para acompañar la fiesta grande que Josemari y Pili organizaron para que hijos, familiares y buenos amigos compartieran la felicidad que sienten desde que 50 años atrás decidieran unir sus vidas. Tercera boda, un voto más de compromiso e intenciones que les acompañarán hasta que dure el largo, y a la vez, camino tan breve; “habrá una cuarta, pero cuando pasen otros diez años”, avisó José María cuatro días antes del enlace. José Ignacio Tejada Hervás, de blanco ceremonial, dirigió la ceremonia. El sacerdote, el pelotari, el amigo. “Es que José María me ayudó mucho cuando le necesitaba de chaval, nunca te fallaba cuando acudías a él”, confiesa el párroco de Betoño, que nos resume el sermón –los hace cortos y con fundamento

que regaló en el enlace, así: “el matrimonio de Josemari y Pili ha sido un testimonio de fe y vida, de integridad y bondad”. El reencuentro será aprovechado aquí para conocer y reconocer el camino de Iñaki. Un camino sin atajos. La explosión de una vocación marcada a fuego desde la juventud, una llama alimentada con el tiempo –“recuerdo hacer malos partidos cuando era un chaval, un adolescente, y salir reconfortado de la iglesia cuando acudía los domingos por la tarde a escuchar misa”, afirma

para convertirse en hoguera en la treintena. La vocación incipiente aguarda paciente hasta pasados los 30. No se decide a plantear en casa una atracción evidente. Se licencia en geografía en la UPV, consigue una beca que luego le ampliarían, “pero ya estaba bien, yo no quería eso”. Entra en el seminario donde cumple con los años de filosofía y tres de teología, le sigue un año más de pastoral y el diaconado. Siete años después, el 20 de abril de 2013, se ordena sacerdote y, un día más tarde, celebra su primera eucaristía en la parroquia de San Vicente. Aprende el oficio en los meses que siguen, hasta que el obispo le busca un destino en la montaña alavesa. Los 4 años siguientes se ocupará del bienestar espiritual de los vecinos de 22 pueblos. En la actualidad es el párroco de la Iglesia de Betoño y celebra el oficio con las hermanas Clarisas y Salesas. Tiene 46 años, nació en Vitoria en febrero del 76, vive la vocación cada segundo del día y cuida de Luis y María Josefa, sus padres. Es su turno. La inesperada cita con quien fuera Secretario General de la Federación Alavesa, el pequeño gran hombre Josemari Segura, nos servirá de excusa para explorar el pasado pelotazale de Tejada, Iñaki, el pelotari. “Recuerdo el último pelotazo como si fuera ayer”, suelta de pronto, “tenía 23 años”. Fue en el Ogueta, en el rebote. Era un día de entreno del grupo de elegidos de la selección que entrenaba José Mari Palacios, con entrada y salida de pelotaris de la cancha. “El cuerpo no podía con lo que la cabeza ordenaba”, admite. “Aquí lo dejo”, se dijo –el abductor llevaba meses molestándole

, ya nunca más. A partir de ahí, bicicleta, tenis, correr por la calle y algo de frontenis; “se acabó la mano”. El último partido sería ante Legorburu, en el mano a mano, “que perdí bien”. Pasaron 16 años desde que empezara a jugar en Zaramaga. Le apuntó el padre. Coincidió con Txema Pérez, Guinea, Tamayo y Asier Gámiz, lo mejor del club. Por entonces compaginaba pelota y fútbol; era portero, “Arconada era mi ídolo y no se me daba mal”, pero llegó el día en que había que elegir y “se me daba mejor la pelota y a mi padre le tiraba el frontón”. Con 7 años, con Txema al lado, conseguiría el primero de muchos trofeos que “hay por casa”, un tercer puesto en el torneo de Adurtza. Sumó trofeos en el escolar de Gasteiz, con los Coras y Ruiz de Gordoa de compañero, y el Ametsa, embrión del actual Campeonato Escolar Alavés. Jugó un año en Adurtza para volver de nuevo a Zaramaga, donde obtuvo la mayoría de los éxitos: campeón en el mano a mano, en el por parejas y en el cuatro y medio del Provincial. Con 15 años debutó como senior acompañando a Jesús Resano. Jugó el cuatro y medio de Elgeta donde, “aunque no gané, pude jugar contra gente de mucha calidad”, y nombra a Imaz y Berasaluze. “Se me daba bien esa distancia, quizá porque tenía buena zurda”, reconoce, lo que corrobora Aitor Pinedo, que luego fuera magnífico pelotari profesional, con quien ganara el Virgen Blanca en el 95 frente a Langarika y Alonso; “Iñaki tenía una izquierda muy buena, era elegante, muy estético” y, en lo personal, añade, “era tímido, introvertido quizá… pero cuando se abría era increíble. Muy buen pelotari”. De entre todos los buenos recuerdos hubiera podido quedarse con esa victoria en los Fueros “aunque la jugara habiéndome hecho daño en el codo y tuviera que termina bastante tocado”. Sin embargo, destaca “el hecho de haber jugado representando a Álava en el GRAVN y en el Torneo Federaciones. Entrenar con Oguetilla en la selección –me tenía mucho cariño

, fue mi mayor orgullo”. Admiró a Langarika, a Vicuña, con quien “hubo mucha rivalidad, era muy bueno”, a Alonso, “un zaguero muy seguro” y, sobre el resto, a Furundarena, que “pudo ser un magnífico jugador profesional, con quien tanto me batí para caer casi siempre” y, de cuando críos “no podría olvidarme de las peleas con Guinea, que tenía un juego que atraía al público, y de Txema”. Este último, cómo no, incide “en un carácter de chico bueno, con poca sangre, cuyo cuerpo y cabeza no evolucionaron con el paso de los años”, pero y hace especial énfasis en la afirmación: “en los últimos 30 o 40 años quizá no haya salido algo tan bonito como a lo que jugaba Iñaki de chaval”. La zurda y la dejada eran su rúbrica; “desde donde fuera”, remarca. En el final de su carrera, una vez, tuve la oportunidad de coincidir con pelotaris que fueron profesionales en grandes empresas que luego competían en otras más pequeñas con “gente como yo, aficionados de primera, de primer nivel”, en festivales en la Rioja. Fue breve, “un premio”. Por entonces, a partir de los 18, el germen de lo espiritual iba creciéndole dentro. Ya le rondaba la idea del sacerdocio aunque aún tardara unos años en dar el paso. La idea fructificó después: “si me siento bien cuando estoy en el templo por qué no vivirlo aún más cerca y mostrárselo a los demás”. A partir de ahí, de ese pensamiento, surgiría lo demás. El pelotari de Dios no debía de tardar mucho más. Y así fue. Aquel fue el encuentro inevitable y, este, el reencuentro. l