a última vez que le vi en la cancha hinchó el pecho media docena de veces o así. Y cuando lo hincha le crece una grande y roja cresta en mitad de la cabeza y hasta el pico se le estira. “Mira tú, parece un gallo” pensé y pensamos todos. Acepción reconocida en relación a un tipo de individuo: presumido, mandón, bravucón, fanfarrón y jactancioso, con la que no quisiera que se quedara nadie, así, en solitario, porque Xabi es un chaval encantador, en la cancha y fuera de ella, pero en cuanto echa una de esas paraditas al txoko que tanto le gustan y el rival sale escopeteado al ancho, se da la vuelta, se yergue como no se puede más, coge aire, marca pectoral, y se le enrojece la cresta. Se pone serio y sonríe a la vez, que no sé cómo se hace, mira al tendido un poco, de refilón, hacia donde está a quien busca, que puede ser un amigo, la cuadrilla o una chavalita a la que, a partir de ese momento, no perderá de vista. Pose de torero.

Ese día acababa de ganar la final de mano a Mikel Rafael, morlaco astifino, bravo y noble en edad próxima a pacer libre en la dehesa. Faena de aliño, con poco adorno y menos pelea; 22-10 y a las mulillas de arrastre.

“La paradita me gusta”, dice. ¡Vaya si le gusta! El gancho, la dejada, el sotamano... el manejo de la izquierda en todas sus variantes. Es zurdo, aunque saca con la derecha “desde que tuve una rotura de fibras en el brazo, hace 4 o 5 años”. Fue en el frontón de Bakaiku. Tuvo que estar parado un tiempo. Al siguiente partido le ocurrió lo mismo y, a partir de ahí, “no saco más con la izquierda”. Se define como pelotari agresivo, rematador, amante del riesgo -se la juega- y “bastante calentito”, que significa: “cuando empiezo mal arriesgo más de la cuenta” y, cuando empieza bien, completo la información, más de lo mismo, que hay que aprovechar la racha. En el mano a mano controla, pero jugando en parejas “me va peor”. Lo dicho, “soy un calentao, reitera.

Navarro de Iruña, nacido en diciembre del 97, Xabi Iribarren Casas es más de la Cuchi que de la Plaza del Castillo. Llegó un día y “de aquí no me muevo”, asegura. Oberena le cedió a Txukun, donde jugaron otros navarros antes que él, pero en 2016 se sacó la licencia por Álava. “Tengo mucho que agradecer al presidente y a Gorka, a mis compañeros y a Ramos, que me cuidó desde el principio. Es mi hermano”, reconoce emocionado. “No vuelvo a casa ni los fines de semana”. Cursa el último año de Geografía y Ordenación del Territorio en la UPV. Lleva bien Cartografía y peor “lo que tenga que ver con los números”. De hecho, Mikel Martínez le echó una mano con la Estadística durante la cuarentena. Gasteiz es su casa y “aquí tengo mi vida”... Aquí tuvo una relación especial y larga con una chavala “con la que mantengo una buena amistad”. Para qué, con todo esto, se iba a volver a Pamplona los fines de semana. Imposible.

2019 fue su gran temporada. Lo ganó todo. El mano a mano contra Isasmendi, un partidazo. El cuatro y medio frente a Uribe. Zigoitia junto a Ramos. El social de Lakua con Artola de pareja. Laguardia en compañía de Gorka y el Interpueblos con el grupo de Rioja Alavesa de Laguardia. Todo.

Andoni, -su “aita”- le llevaba al frontón cuando era pequeño y le sentaba frente al televisor a ver pelota. La disfrutaban juntos. El padre, que había jugado de joven, “poca cosa”, enseñó al chaval “prácticamente todo lo que se”, destaca Xabi, que no entró en un club hasta cadete. “Él me enseñó, sin presionarme, a pelear por mí mismo y ganarme un sitio”, manifiesta con orgullo. La madre, Igone, por obligación primero -le entraría la afición algo más tarde- les acompañaba siempre algo alejada, en la grada, “muy nerviosa”. Cuando entró en el Oberena, Mikel Erro, “un tío genial”, le tomó de la mano, le cogió cariño y le mostró el camino. “Mira chaval”, le decía, “tu sigue tu ritmo, que ya te llegará tu turno”. Lo decía porque Xabi era un crío de desarrollo tardío. Y así fue, los grandotes dejaron de evolucionar y Xabi, con la lección aprendida los iría dejando atrás más tarde. “Era un teatrero ya de pequeño”, me cuenta Erro. La primera vez que jugó un partido serio fue en los Juegos Deportivos de Navarra. “Todavía no podía con la pelota dura”, recuerda, “Aritz Villares y yo perdimos aquel partido en Villaba”.

“No pasaba la pelota del dos. Era un esmirriado”, me cuenta el pelotari, así que “Erro me adelantaba la falta para el saque”. Erro siempre le comparaba con Irujo porque el de Ibero “también había desarrollado tarde”. “Aprende, me decía, ya crecerás”. Los que le ganaban claudicaron con el paso de los años.

La primera txapela le llegó tarde, “en juveniles no la pasaba del cuatro”, reconoce. Vendría en julio de 2015 en Añorga, de pareja con Irurita y frente a Oiarbide y Salegi. El trofeo lo agarró con el pañuelico rojo al cuello. De aquellos primeros años le viene a la memoria cuando debió jugar con Uharte Arakil y le tocó enfrentarse a los chavales de su club, el Oberena. “Aquello fue terrible”, me dice, “no tuvieron piedad”. Los compañeros le pegaron tal zurra que no pasó del tanto 1. “Menudo disgusto, Ramón”, repasa en su memoria, “yo era del Oberena, vivo a 20 metros del club”. Aún le duele. De aquellos primeros años le vienen los mejores recuerdos. Cuando Oberena ganó el Interpueblos de Navarra y de Euskal Herria: “no era ni suplente, pero lo disfruté entre el público como el que más”. Y completa, “muchos de los mejores momentos los pasé allí, en el frontón, haciendo de marcador”, mientras en la cancha, gente de su edad se batía el cobre: Ezkurdia, Altuna, Artola.

Andará tres semanas parado tras una rotura de fibras en mitad de un partido de Liga Vasca el domingo en el Ogueta. Tiempo suficiente para pensar -un poco- en el futuro. “Me falla la cabeza”, admite. Necesita madurar y se ve jugando muchos años todavía. Disfrutar hasta que sea posible y entrenar a los chavales de Lakua: “que disfruten, creen relaciones, aprendan y se enamoren de la pelota”. Lakua es su casa, “es mi vida”, por eso descarta, por el momento, volver a Pamplona.

El abuelo Antonio, que jugó a pala en su juventud, -“era como un padre para mi”- estaba siempre a su lado. De ahí que, al terminar victorioso la final de mano ante Mikel, elevara los índices al cielo y le dedicara el triunfo. El aitona se fue por el covid-19 y se llevó una txapela. La txapela del gallo más chulo. Un navarro de pura cepa cuya raíz parece sentirse a gusto aquí, en nuestra tierra, con nuestras gentes. ¡Vaya por Dios!